De confirmación de intenciones definitiva y bisagra, quién sabe si pretendida, entre dos etapas. Así podría resumirse, muy a grosso modo, la contribución de «Let It Bleed» a la ya por entonces exuberante producción de la banda. No cabe duda de que su fórmula bebe en buena medida de la expuesta en «Beggars Banquet»: Equilibrio bien medido entre dentelladas eléctricas y cortes acústicos; sentimiento raunchy y aparentemente deslavazado empapando cada uno de sus surcos y un grupo sumergiéndose sin embozos en lo más hondo de su background sin dejarse atrapar por revivalismos, manteniendo su pulso innovador.
Aunque no sólo es en lo estrictamente musical donde éste adeuda con su inmediato antecesor. Si la presencia de Brian Jones, apuntábamos, no pasaba de ser testimonial en «Beggars Banquet», aquí directamente deriva al plano de lo fantasmagórico, reduciéndose su aportación a dos temas. Ésta circunstancia dejará la puerta entreabierta, de ahí el componente transicional del elepé, a un joven Mick Taylor que venía batiéndose el cobre con los Bluesbreakers de John Mayall y que inauguraba así, mediante un par de colaboraciones, lo que acabaría siendo una militancia a tiempo completo en la banda, así como la comparecencia en algunos de sus mejores y más aclamados redondos, sino los que más. Pero tiempo al tiempo.
«Gimme Shelter» recoge el testigo de «Sympathy For The Devil»: Una enigmática apertura, tan ominosa cómo sugerente, tan llena de paranoia como de encanto. Dónde el uno flirteaba con el voodoo y el groove latino, el otro tiene sus escarceos con el soul, con esos coros que acompañan la petición inexorable de un refugio de la tormenta, de todas las tormentas de éste mundo, reales o figuradas. Se percibe una nueva madurez en la voz de Jagger. Keith se hace cargo de todas las guitarras con maestría, lo que casi será una constante a lo largo del redondo. Vaya una apertura.
«Love In Vain» vampiriza el original de Robert Johnson, llevándolo a parajes cercanos al country, siendo para muchos la piedra de toque que marca el comienzo de la influencia de Gram Parsons sobre el entorno del grupo, especialmente Richards, y que tan decisiva será en obras posteriores. La mandolina de Ry Cooder y la emoción a flor de piel ponen el broche a uno de los highlights innegociables del álbum. Vuelve a sentirse el latir del género, como explicita el título, en «Country Honk», que no es otra cosa que una versión raunchy y vacilona de su por aquel entonces reciente single «Honky Tonk Women», trocando eléctricas por acústicas y dando paso al slide (cortesía de Taylor) y el violín que llevaban al tema de vuelta a la concepción inicial que Jagger y Richards tenían de el, esto es: Un corte que no hubiese desentonado entre el cancionero de Jimmie Rodgers.
Una sucinta línea de bajo da paso a «Live With Me» un rock and roll deconstruido y vuelto a construir a la usanza stone, que destaca por un par de cuestiones estrictamente nominales: Todo apunta a que data de la primera sesión de Mick Taylor con la banda, siendo por lo tanto su debut de facto con ella, pese a que el orden de las canciones indique lo contrario; la otra, no menos importante, es que estamos ante la primera irrupción del saxo de Bobby Keys en el sonido del grupo, un ingrediente que terminará por ser indispensable en el mismo.
Vuelve el country a carta cabal, con versos de una tipificación que rozan lo paródico («I was dreaming of a steel guitar engagement») en «Let It Bleed»; Retorna la savia blues de la que tanto se han nutrido en «Midnight Rambler» , su incursión en el sonido de Chicago.
Si bien estamos ante un disco en el que la figura de Keith Richards goza de un peso específico especialmente acentuado (más incluso que en anteriores ocasiones, debido a la práctica ausencia de otros guitarristas a lo largo de la gestación del mismo) «You Got The Silver» es, sin lugar a dudas, su gran momento en «Let It Bleed»: Lo que a priori puede antojarse cómo un prototípico blues de manual, desde su misma letra, queda absolutamente impregnado de su inconfundible charm, que propulsa al tema hasta convertirlo en uno de los números acústicos más inspirados del album. Y no le falta competencia en ese terreno, precisamente.
«Monkey Man» es uno de los momentos más, permítanme el término, raros del disco. Con su intro que casi preludia los loops y samplers que harán furor décadas después (Parece mentira que esté incluida en un disco de los 60’s) y una críptica letra que parece aludir a una mala experiencia barbitúrica, estamos ante un primo lejano de «Gimme Shelter», otro corte extraño, atmosférico, irresistible.
Los prístinos coros del London Bach Choir abren el que será el último disparo del trabajo, «You Can’t Always Get What You Want». Tras la pretenciosa y sorprendente apertura (idea de un avezado discípulo del wall of sound, Jack Nitzsche) un corte de regusto folk con un épico crescendo que los situaba a una distancia estratosférica del resto de la galaxia rock del momento.
La escucha de «Let It Bleed», así como una ojeada a sus créditos, daban algunas pistas de por dónde iban a ir los tiros en entregas venideras de la banda. Respecto a lo primero, una aleación de rock and roll, country, blues, gospel y soul en su más honda y amplia acepción. En cuánto a lo segundo, bastaba un vistazo para constatar que The Rolling Stones habían dejado de ser un conjunto de cinco piezas para añadir innumerables figuras a su tablero (Ry Cooder, Al Kooper, Bobby Keys, Leon Russell, Jack Nitszche…) de las que nutrirse y, porqué no decirlo, aprovecharse. Un modus operandi en el que confiarán sin reservas y que llevarán a su culminación en sus dos siguientes elepés.
Este lo tengo firmado por Charlie…una masterpiece intemporal. 😉