Cerrad los ojos por un instante, y situaros una noche de verano, en una playa de la costa gaditana. Seguid imaginando, que sobre la fina arena, se encuentra un fantástico local, en el que estás rodeado de bebidas frías y muy buena compañía. Para rematar, mira hacia el escenario, y descubre que arriba está Julián Maeso y su banda. ¿Quién se atreve a decir ahora que el paraíso hace tiempo que cerró?.
Allí nos encontrábamos este pasado viernes 28 de agosto, cuando a la hora de las brujas, bajo luna y a la orilla del mar, dábamos la bienvenida al sábado, acompañados de la música del que posiblemente, sea actualmente, nuestro estandarte rockero más en forma. Nada de falsos iconos ni de medias tintas, Maeso se está labrando una reputación, a base de grandes canciones, y de dejarse el alma encima de cualquier escenario donde desplegar su magia, y los que nos reunimos allí, fuimos testigos de que este tipo, esta tocado con ese halo que solo tienen los elegidos.
En el momento en que la música suena, ya no hay vuelta atrás. Maeso es el maestro de ceremonia, pero sus compañeros de viaje, son la tripulación perfecta. El viejo rock and roll se hace dueño de la noche, y la emoción se refleja en las caras de los asistentes. Suenan esas canciones que todos queremos oír de sus discos, «A hurricane is coming», «Leave it in time»….como lección magistral aprendida de los grandes. Ecos de viejos blues, de antiguas canciones de carretera del cancionero popular del rock, se entremezclan en los sonidos que salen de su hammond.
Cuando suena «Wild horses» y ves que todos a tu alrededor, en improvisada comunión, cantan el estribillo saliéndoles del alma, te das cuenta de que este es el mundo donde perteneces, del que no quieres escapar, y que las cosas importantes no son aquellas que se amontonan en un armario o en una cuenta corriente, sino que muchas de ellas están encerradas en una canción. La música sigue sonando, la banda alarga las canciones en ese desesperado huir del final que todos deseamos, mientras la noche sigue pasando sobre nuestras cabezas. Momentos anecdóticos, micros que sueltan descargas eléctricas, amplificadores que se joden al final del concierto, todo se recuerda con una sonrisa, cuando desde el escenario, encuentras toda la gloria condensada en una banda de rock and roll.
Maeso pasa del hammond a la guitarra, para volver a su estado natural tras el teclado. Miras el reloj, y descubres que aunque parezca que ha pasado solo un segundo, hace ya dos horas y medias que llamaste a las puertas del cielo. Fin de la noche, al menos sobre el escenario, porque siempre quedan amigos con los que brindar y recordar lo vivido entre acordes. ¿Que no os he contado que canciones tocó?, ¿que no os he descrito las habilidades de cada músico sobre el escenario?, ya, pero ya no me da tiempo ni tengo ganas. Hace mucho que dejé de recibir la música como un cirujano, para limitarme a dejarla fluir en mi interior y disfrutar de su magia. Alguien que entiende de esto, antes de comenzar el concierto, me dijo «este tipo es una barbaridad sobre el escenario». Que razón tuviste, amigo.
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