Los noventa británicos, al menos, su cara visible la conocemos todos. Formaciones como Oasis, Blur, Pulp, Suede, Kula Shaker, Elastica o Supergrass inciensaron a la perfección el camino de una juventud como la británica que, de igual forma que la de los sesenta, buscaba hacer frente a sus problemas mediante una placentera exaltación del hedonismo. Norteamérica, con el Grunge a la cabeza, quería que la música fuese visceral e imaginativa, que respondiese al modelo de sociedad que se estaba gestando en aquel momento; los ingleses, sin embargo, buscaban el efecto contrario. De todos modos, estas líneas introductorias vienen a la perfección para hablar de dos movimientos como el Gothic Metal y el Doom Metal.
Ambos movimientos, íntimamente relacionados entre sí, de la mano de los seis primeros discos de Black Sabbath cogieron una fuerza inusitada. El Rock gótico, elevado a los altares gracias a Sisters of Mercy o The Mission, y el Doom, con formaciones como Pentagram, Saint Vitus, entre otras muchas, adquirieron, sobre todo en los años ochenta, un altísimo nivel artístico que, desgraciadamente, no se tradujo en una repercusión comercial notable. A principios de los noventa, procedentes de Halifax, arribaron a la escena Paradise Lost: la banda que enarboló, al menos durante aquella década, la bandera que en su momento hicieron las bandas citadas en décadas pasadas. La existencia del combo de Halifax, al igual que sucedería, por citar un ejemplo, con Anathema, estuvo íntimamente no sólo ligada a un sonido lento y atmosférico, sino, también, al Death Metal.
Las primeras demos de la banda, así como sus primeros trabajos -incidiendo especialmente en Lost Paradise, Gothic y Shades of God, lanzados de forma consecutiva en los años 90, 91 y 92 respectivamente- demostraban, a grandes rasgos, cuál era el baremo de los británicos a la hora de afrontar la música; sin embargo, en 1993, cuando sacaron ese mastodóntico Icon que les colocaron como égida de un género que, poco a poco, cotizaba al alza en el mercado de valores del Metal, el conjunto liderado por los siempre eficientes e inteligentes Gregor Mackintosh y Nick Holmes -guitarra líder y vocalista, respectivamente-, decidieron que ya era hora de dar rienda suelta a uno de los elementos que mejor explican la carrera de los ingleses: experimentación e indefinición; y eso, poco a poco lo lograron a la perfección con otra obra maestra como Draconian Times: un compacto que rehuía la aspereza y la pompa fúnebre de su antecesor para adentrarse, poco a poco, en un terreno mucho más dúctil y accesible.
De todos modos, que esto no lleve a error: desde el momento en que arranca el álbum, todo el acervo musical y cultural de los de Halifax empieza a concretarse en una serie de composiciones más frescas y dinámicas que en sus anteriores entregas. Con una producción que, si bien afinamos el oído, puede recordarnos, superficialmente al Black Album de Metallica -de hecho, éste se podría decir que es el Álbum negro de la banda del género en sí-, el quinteto demuestra que no sólo eran unos avezados y profundos constructores de canciones tortuosas y desgarradoras: cortes del calibre de Enchantment –imbricada con su anterior disco y dirigida por el tono marcial y áspero de Holmes-, Halloweed Land -con Mackintosh demostrando por qué es uno de los mejores compositores del Metal en sí, tejiendo una melodía de guitarra descomunal que, en el momento del solo se torna más dulce-, The Last Time -la primera incursión de la banda en los estribillos accesibles que explorarían con mayor detenimiento en Once Second, Host y Symbol of Life de la mano de una sensacional melodía a doble voz impostada por Holmes- o Yearm for a Change y Shadow Kings demuestran la faceta del propio guitarra líder como émulo de Iommi, equilibrando a la perfección los riffs entrecortados junto con otros más densos que, acompañados de la sueva letanía de los teclados, aún le confiere a la música de los de ingleses esas letanías y lamentos que aureolaron en sus primeros años como músicos.
¿Qué más decir?: un trabajo mucho más accesible, como decíamos antes, que los anteriores, menos enrevesado que Icon y deudor del sensacional Forest of Equilibrium de los también británicos Cathedral, demostraba el enorme eclecticismo de un grupo que, pese a las críticas recibidas en su momento por ese tratamiento moderno de su sonido y su progresivo acercamiento al Rock Gótico y la música electrónica, siempre tuvo claro cómo facturar obras de indudable calidad: Draconian Times, por méritos propios, es uno de los mejores referentes del Metal de los noventa y conserva esa frescura que sólo los grandes discos tienen una vez cumplidos más de diez años.
No era yo muy de rock duro cuando el anterior disco de esta banda cayó en mis manos, no me dijo nada. Sin embargo los vi en un festival y me sorprendieron gratamente, la mayor accesibilidad de este Draconian times me convirtieron en fan suyo. Su posterior evolución dando bandazos ya es otra cosa.