A mediados de octubre, una vez estrenado el temido primer capítulo de la cuarta temporada de Homeland, y una vez asistimos a la nueva deriva iniciada en la serie, lo primero que nos vino a la cabeza es que los productores habían conseguido salvar lo que parecía insalvable, y es que dar una continuación a esa autentica bazofia en que acabó convertida la parte final de la tercera temporada se antojaba del todo imposible. Pero sí, ese camino a lo 24 por tierras infieles que parecía trazarse a lo largo de los primeros cuarenta minutos de temporada, tenía todos los mimbres para que ahora, una vez librados de cargas familiares innecesarias -léase mujer e hija de Brody y satélites cercanos que no hacían más que distorsionar el centro argumental de la serie-, una vez el centro de operaciones pasa a girar en torno a la figura de Carrie y sus relaciones en esa zona geográfica de donde nunca tuvo que salir, el devenir de este nuevo Homeland pudiera ir directamente a engrosar los grandes momentos del año.
Y ahora, justo cuando la oscuridad vuelve a ceñirse en torno a Saul y una vez más la dualidad de sentimientos de Carrie acaban de cerrar de manera antológica el octavo capítulo, y ya sólo resten cuatro para el fin de la temporada, sólo se puede alzar el pulgar hacía arriba a modo de aprobación, y es que la serie se ha dejado de tonterías para centrarse completamente en los acontecimientos de Pakistán y las complicadas relaciones que ahí tienen lugar, y si bien con alguna que otra conspiración interna, siguiendo los mismos parámetros de la ya mencionada 24, todo el centro de operaciones lo encontramos en esa confrontación sin fin entre las fuerzas del bien y del mal, aunque nunca sabremos con exactitud quienes son unos y otros en esa guerra sin cuartel, y una buena muestra de ello la teníamos en el espectacular dialogo entre Saul y Haqqani, el líder espiritual de los talibanes en la casa del segundo, en uno de los momentos cumbre del episodio anterior.
Un octavo capítulo en el que tras el episodio de alucinaciones, esta vez totalmente justificadas, que están a punto de acabar con Carrie metida en una avión de regreso a los EEUU, volvemos a asistir a su resurrección, y ante nosotros vuelve a aparecerse esa maravillosa Mathison, encarnada por esa genial Claire Danes merecedora de todos los reconocimientos posibles, capaz de crear desde la nada una transformación del personaje al alcance de muy pocas actrices, y es que esa personalidad tan bipolar que recrea en la pantalla, con ese juego de miradas, de dudas, de furia, de soledad… vuelve a sorprendernos una y otra vez dejando todo lo que transcurre a su lado, qué no es poco, a la simple categoría de secundario, aunque por suerte nuestra por ahí siempre anda ese Mandy Patinkin dando vida a Saula Berenson, el único capaz de situarse al mismo nivel que Claire, para volver a situar a Homeland en ese podio del que nunca debió haber bajado.
Un octavo capítulo donde cada reina ha situado estratégicamente sus piezas y en el que al final, de manera temporal, Fara ha conseguido hacer jaque a Carrie, aunque a la partida todavía le quedan bastantes movimientos antes del mate. Y de la misma manera que Jack Bauer era traicionado, llevado al límite, a lo largo de 24, y al final conseguía dar la vuelta a la partida, sabemos que Carrie con ayuda o sin ella, acabará haciendo lo mismo, aunque la pregunta es cuanto dolor más va a añadir a su atormentada existencia ya que no todos los que están a su alrededor conseguirán salir indemnes a lo largo de los próximos movimientos.
Sea como sea, estos dos magníficos capítulos han abierto las puertas de par en par a un final de temporada que se intuye vertiginoso y que, de no producirse un desliz de última hora, va a catapultar a Homeland donde nadie esperaba tras ver el lamentable desenlace de la temporada anterior.
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