El cantautor en mitado del country, el blues y el folk americano, me había cautivado hacía meses, pero a pesar de las amables palabras de gente bien entendida, esperaba que fuésemos pocos quienes pasáramos, un martes, a verlo dejar fluir su espíritu a través del micro y la guitarra en la Wurlitzer. Para mi alegría, me equivocaba, y el bueno de Malcolm disfrutó de un público entusiasta, numeroso y de silencio bastante respetuoso.
A Malcolm Holcombe no hay más que verlo para darse cuenta de que arrastra sobre su envejecida apariencia años de exceso y mala vida, fuegos del pasado que apaga hoy con zumos de piña y pisotea con canciones. El tipo sonríe con tierna sinceridad cuando se le aplaude, pero olvida todo lo demás cuando interpreta. Mentalmente, se ausenta del escenario, como si no hubiera nadie delante. Total, cuando canciones tan íntimas se interpretan de forma tan sincera, qué importan sus atuendos o los salivazos que se le escapen al escupir sus letras tan expresivamente. Muy visceral.
A partir del inicio del recital con «Mountains Of Home», el músico trota-tabernas de mala muerte desgranó canción tras otra sin apenas dejar aplaudir al respetable. Bellas sonaron «Not Forgotten» o «To Drink The Rain», entre otras, desnudas todas ellas, así como divertidas sus anécdotas, unos monólgos que sevían a su vez de presentación para algunso temas, los cuales contaba con la misma sinceridad que interpreta, añadiendo una sonrisa en los labios y consiguiendo imagen de hombre tierno que dificulta imaginarlo años ha. «Sparrows and Sparrows», la preciosa «Down In The Woods», «The Empty Jar»… y la relación entre artista y público se hizo más intima con cada golpe de guitarra, cada verso pasado por esa garganta que parece haber respirado carburante. Sonrisas de ensimismamiento y admiración.
Cuando el hombre lo permitió, sonaron aplausos y silbidos entusiastas, y el cantautor se terminó por abrumar. «Basta. Guardad esa energía para conducir». Risas. Y tras más anécdotas, reposición de zumo, «Twisted Arms», «In Your Mercy», «Butcher in Town» y otras tantas, agradeció sonrojado. Salió a fumar. Ajeno al público, dio un breve paseo por la calle Tres Cruces y volvió al escenario para despedirse con algunos de sus mejores temas, como «The Door», «Train Of Money» o la conmovedora «Down The River», momentos antes de volver a agradecer, bendecirnos y mirarnos con cara de no-sabéis-lo-que-significa-esto-para-mi-pero-es-mucho.
Lo del señor Holcombe fue un concierto íntimo en el que se enfrentaba a un público esperando escuchar lamentos hechos canciones huesudas. Es lo que hubo: un hombre que saca la experiencia que lleva dentro cuando la interpretación le ayuda a abrir sus puertas de cautela y contención. Cuando sube al escenario, no sólo se quita la gorra, sino la máscara de la intimidad. Se desnuda emocionalmente y conduce sus sentimientos a través de canciones que llegan hondo. Los resultados son difíciles de igualar, únicos.
Toca, además, darle las gracias a The Mad Note Co., por descubrírnoslo y por hacernos partícipes del evento. ¡Gracias!
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