Desde el 2005 la Cruz Blanca de Vallecas se ha convertido en uno de los templos del más célebre plato de la cocina madrileña: el cocido. Situado en la calle de Carlos Martín Álvarez, no demasiado lejos del campo del Rayo Vallecano, su gastronomía es un paseo por el recetario tradicional español ya que además del cocido madrileño otras especialidades son la fabada asturiana, el conejo al ajillo o los calamares a la romana.

A pesar de su carácter clásico y su poca innovación (nadie espere aquí nitrógenos o presentaciones minimalistas) su extraordinaria cocina le han convertido en un referente en la capital de España. Su principal responsable es su chef y propietario Antonio Cosmen, un trabajador incansable que busca los mejores productos para ofrecer guisos inolvidables que le han hecho merecedor de todo tipo de galardones como el Solete y la recomendación en la Guía Repsol, la visita de reyes, políticos y famosos de toda índole, ser declarado embajador internacional de la cocina española o ser considerado mejor fabada o cocido del mundo.

Así que tras elegir el primero de sus dos turnos de comida y ser situados en su bonita terraza acristalada (en otras ocasiones nos hemos sentado en su salón interior y también tiene magia) nos pedimos unas cervezas para ir haciendo tiempo al magnífico cocido madrileño que esperábamos degustar. Como todas las Cruz Blanca la marca es Cruzcampo que puede que no sea la mejor pero fría con unas aceitunas es ligera y refrescante. Con la espumosa bebida nos trajeron una pieza de grandes dimensiones de pan de campo que hay que decir que estaba soberbio.

 

 

Como aperitivo apareció ante nuestros ojos la croqueta de la abuela acompañada de un tomate natural en el fondo y una salsa blanca por encima. Excelente tanto de textura, sabor, con sus trozos de carne desmigada, una bechamel cremosa y un acertado rebozado. Grandísimo entrante.

 

 

Antes de que empezase “la fiesta” decidimos que abordaríamos el espinoso tema del maridaje fiándonos de la experiencia del local y eligiendo el “de la casa” y recomendado para su cocido. Un Ribera del Duero Crianza de nombre Heredad de Peñalosa que cumplió de sobra con su cometido.

 

 

Catando los primeros sorbos de uva tempranillo, llegaba la sopa de fideos (de la que se puede repetir) acompañada de unos trozos de cebolla dulce y unas piparras en vinagre. Somos de la firme convicción de que si la sopa está buena, el cocido también lo estará. Y esta es casera, de gran sabor, toque justo de sal y la pasta en su punto óptimo. ¿Hay algo más reconfortante que una buena sopa de cocido casera?

 

 

La respuesta a la anterior pregunta sería el cocido en sí. En la Cruz Blanca de Vallecas lo sirven en dos vuelcos y así presentan en una fuente los garbanzos con sus diferentes verduras y carnes. La legumbre es perfecta, de gran calidad y con esa textura suave y blanda por dentro pero firme y sin deshacerse por fuera. De la huerta ofrecen repollo, patata y zanahoria y como carnes chorizo ahumado, morcilla, gallina, morcillo de ternera, punta de jamón y tocino.

 

 

Todo aderezado con comino y un aceite de oliva virgen extra y como sorpresa un cuenco de tomate natural y la “pelota” de pan con carne, clásica de Madrid. Normal que consideren su plato estrella como el mejor que se puede comer después del de tu madre o tu abuela, ya que en estos ingredientes demuestran el mimo con la selección ganadera, todos excelentes y de gran calidad junto esos añadidos (que ya no sirven en casi ningún sitio) que no probábamos desde los que comíamos en casa de nuestros padres.

 

 

Un cocido madrileño de los que hay que hacer reverencia y probar de vez en cuando, visitando el lugar con apetito y ganas de disfrutar de esa manjar de la gastronomía española y del buen hacer y el cariño con el que trata a sus elaboraciones Antonio Cosmen en su mítica Cruz Blanca de Vallecas.

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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