En 2003 Audrey Wells dirigió “Bajo el sol de la Toscana”, un vehículo de lucimiento para Diane Lane (acabó nominada al Globo de Oro) donde tras un divorcio y bloqueo creativo una escritora comenzaba una nueva vida comprando una casa en Italia y según la reforma va consiguiendo la paz de espíritu y la alegría de vivir. Similares intenciones tiene este “Una villa en la Toscana” (imagino que el título en español tiene connotaciones al largometraje antes referido pues su original es “Made in Italy”) con un argumento parecido. Aquí tenemos a un padre y un hijo. Uno superando un divorcio y la posible pérdida de la galería de arte que regenta y el otro un pintor bloqueado hace años. Ambos viajan a la villa familiar en el norte transalpino. Un espacio precioso, rodeado de viñedos y con un precioso pueblo cerca, para vender la casa y poder optar el hijo a recomprar su galería. El problema es que la propiedad lleva deshabitada veinte años y deberán acometer reformas.
Una de esas historias de superación personal, amable, tierna y entretenida pero previsible que supone el debut como director y guionista del actor James D´Arcy que para su “opera prima” juega sobre seguro con una cinta de buenos sentimientos. Hace tiempo que escuché que hay varios tipos de películas. Buenas, regulares, malas y bonitas. Esta pertenece a la última categoría. No es original y las situaciones además de previsibles están forzadas con kilos de almíbar pero el resultado se ve con agrado y sus estereotípicos personajes caen simpáticos, tanto como las situaciones que desarrolla el correcto guion, con amores y desamores en una Italia idílica aunque lo mejor de la historia es toda la parte que gira en torno a superar el duelo entre padre e hijo.
Realización de D’ Arcy compacta pero que no arriesga ni un solo plano, ciñéndose a la belleza del paraje y que la fotografía de Mike Eley capte todo el esplendor de la campiña Toscana. En lo que sí busca algo más es en las interpretaciones pues Liam Neeson y Micheál Richardson componen un auténtico “tour de forcé”, más sabiendo que son padre e hijo en la vida real y que ambos han tenido que superar el fallecimiento de su esposa y madre Nastasha Richardson, hace más de diez años por un accidente de esquí. Entre los secundarios tan sólo hay papel destacable para Valeria Bilello representando el ideal femenino y el cambio de vida y Lindsay Duncan como la divertida, e hierática y flemática, vendedora de la casa. Todos componen este fresco amable y popular que propugna como valores la superior calidad de vida del campo a la ciudad, el mejor carácter de las gentes y la capacidad de superar los problemas y dejar atrás el pasado para emprender una nueva vida mejor y más tranquila.
Lo que sí me sorprende de este tipo de películas es lo bien que venden sus tierras y productos nuestros vecinos franceses e italianos. Tanto su comida, sus vinos y quesos y sus localidades más populares. Algo que España, siendo el gigante turístico que es, nunca ha sabido hacer. No se ha sabido extrapolar ninguna zona de norte a sur o de este a oeste (incluyendo las islas) representando la campiña francesa o la Toscana pero tampoco zonas costeras o capitales con historia. Es algo que debería hace replantearse la estrategia comercial a los diferentes gobiernos de la nación pues también existen paisajes de ensueño, vinos y gastronomía de calidad. De hecho, como ejemplo, en la provincia de Cádiz donde vivo, la ciudad siempre ha representado para las producciones extranjeras un decorado de La Habana. Quizás se deba a la desunión de las diferentes comunidades autónomas, la envidia entre unas y otras y el no buscar entre todos lo mejor para el país, limitándose los rectores a pensar en el corto plazo para lograr conservar el poder, cantando las alabanzas del terruño y mostrando la supuesta superioridad de lo propio contra las virtudes del vecino. Comentaba Julio Iglesias que prefería residir en Miami porque allí si alguien iba en un coche de lujo con inimaginable compañía el que le viese desearía ser como él mientras que en España si pudiese le denunciaría o arrojaría cualquier cosa al auto.
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