Ahí estamos todos, esta imagen es —más o menos— lo que se llama humanidad. A veces, sin darnos cuenta, pensamos en los demás como si fueran de plástico: nos basta, sin embargo, ver durante unos momentos cómo andan las personitas para ponerlas —y ponernos— en su sitio, en su condición, en su historia.

Se mueven con garbo y sigilo, como si fueran pequeñas panteras atareadas; y aunque dejemos de mirarlas siguen ahí; extrañamente fieles a ellas mismas, cruzan la pantalla una y otra vez: anónimas, indocumentadas, insignificantes.

Caminan casi con prisa, como resueltas, como si llegaran tarde a algún lugar donde alguien las esperase, pero no es así; a las personitas que vemos no las impulsa la urgencia del amor, ni el deseo del amor, ni la búsqueda de más libertad, simplemente van a cualquier sitio o vuelven de cualquier sitio: no hacen una verdad, sino que hacen recados, encargos, gestiones, negocios, que son por completo innecesarios, pero las personitas tienen que sentir que esta mañana se han levantado por algo importante que no admite postergación, ni siquiera retraso, porque creen que el mundo entero correría peligro si no se preocupasen de llegar a tiempo al mercado, al dentista, a la floristería, a las rebajas de verano, al funeral del tío Roque, a quien no veían desde la más tierna infancia.

Las personitas nos parecen, ante todo, entrañables, pero es solamente porque no las conocemos, porque nos interesan sólo como un entretenimiento visual que nos permite creer que la humanidad es simple, sencilla y con un poco de prisa.

A veces, las personitas recuerdan hacia el futuro, con la punta de los dedos, como si fueran ciegas de nacimiento, o como si volvieran de ellas a ellas mismas, sin pasar por Puerto Príncipe. No las vemos en la mitad en sombra de su vida, allí donde tienen sus piedras tristes, ni las vemos en uno de esos momentos en los que no saben si sus relojes corren hacia delante o hacia atrás, ni tampoco las vemos cuando solamente se sienten crueles o aborrecibles o tontamente normales, viviendo en la claridad de la conciencia, tan confusa.

 

 

por Narciso de Alfonso

 

 

by: Angel

by: Angel

Melómano desde antes de nacer, me divierto traduciendo canciones y poesía. Me gusta escribir. Soy un eterno aprendiz y bebo de casi todos estilos musicales, pero con el buen rock alternativo me derrito.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Últimas entradas

Últimos comentarios

Te puede interesar

Merodeando la calle vacía

Merodeando la calle vacía

Tenemos delante una calle vacía. ¿Cuál es su color verdadero si nadie la mira? ¿De qué color es la vida si no vive el hombre? ¿Hemos mirado siempre hacia dentro? Estas precipitadas preguntas tienen la suficiente claridad y, también, la deliciosa oscuridad de la...

Merodeando al niño

Merodeando al niño

Vemos a un niño agachado, una postura sencilla, cuando tenemos esa edad. Una postura que algunos abandonan para siempre. Aunque lo bueno de esa posición, es que puedes encontrar cosas inesperadas, como un bancal de violetas amarillas, o un montón de insectos nacarados...

Meditaciones Africanas – Felwine Sarr | Editorial Filosafrica

Meditaciones Africanas – Felwine Sarr | Editorial Filosafrica

El título ya es de por sí transparente. Meditaciones Africanas es una ventana abierta a una cultura desconocida para muchos. Una ventana que nos muestra, nada más leer sus primeros párrafos, que estamos alejándonos despacio, de lo que son las verdaderas relaciones...

Merodeando a la anciana feliz

Merodeando a la anciana feliz

Lo primero que me llama la atención de esta anciana feliz es su estatura, que seguramente no tiene nada que ver con la pose agachada en la puerta de su humilde hogar. La anciana está feliz, que no es lo mismo que contenta. Al llegar a cierta edad se puede comprobar,...

Merodeando al hombre destruido

Merodeando al hombre destruido

Lo primero que llama la atención al ver esta imagen, es el sendero pedregoso que conduce hacia la mina del yo. Un lugar, en el que muchos comenzamos a trabajar más bien pronto. Todo despertar es interno, por eso este hombre se ve a sí mismo llegando a la luz del...