Con la sotana azul y la gorra de los yankees, voy por el mundo provocando miradas, despertando sospechas, anunciando una vida sin sangre, sin escaparates, llena de cruces bonitas y de saltos de agua. Fumando en pipa, cantando bajo la lluvia, pescando grandes atunes, deseo que todos sean mis hijos para abrirles una cuenta corriente y pagarles un viaje a Cancún.

Soy generoso como un campo de orquídeas blancas, extenso como una lavandería de sábanas, puro como el nacimiento de un caballo persa. Croquetas y albóndigas para todos, lentejas con arroz y mandarina de postre. Los días de la semana alteran mi ánimo y mis sustancias naturales, porque el tiempo es en verdad continuo y sagrado y desmonta los relojes de oro puro a borbotones.

Con los muslos al aire como una normanda, convaleciente de la fiebre asiática y enamoradizo como una colegiala, coqueteo impúdicamente con las dependientas, con las feligresas, con las peatonas, con las porteras, con las trabajadoras sociales, con las enfermeras, con las vendedoras, con las funcionarias. Me levanto la sotana azul para que vean mis fornidas piernas de ciclista y corredor de fondo; les hablo del Taj Mahal y del Aconcagua y de los hermosos lugares para perderse entre las pirámides; les regalo una implacable flor roja y dejo que las cosas sucedan despacio, entre bizcochos y perfumes, atardeciendo. Viva París.

Soy feliz como una feliz portuguesa, necesito todo lo que existe, me gustan los berberechos y resuelvo el asunto de la respiración tomando aire cada vez que me hace falta, sin detenerme a pensar.

 

 

por Narciso de Alfonso

 

 

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