La casa de papel es uno de los mayores fenómenos televisivos actuales a nivel mundial. Detrás de las caretas de Dalí, los monos rojos y el Bella Ciao se esconde un perfecto plan para atrapar al espectador. La casa de Papel es un engranaje perfecto de diversión. El guion está lleno de cliffhangers (vamos, que cada episodio te deja con unas ganas irresistibles de ver el siguiente), giros argumentales inesperados, excelentes escenas de acción y un montaje endiablado. No podemos negar que las series nacionales han dado un salto de gigante en los últimos años tanto argumentalmente como técnicamente. Poco o nada nos tienen que enseñar los extranjeros a estas alturas. Pero es la idiosincrasia nacional de los personajes lo que dota de vida a esta adictiva serie española.
La primera norma que El profesor (Álvaro Morte) enseña a los miembros de su banda de atracadores es que no debe haber nada de afectos personales entre los mismos. Nada de nombres reales, datos personales ni relaciones entre los miembros de la banda. Todo ello podría tejer una red emocional que dificultaría mucho la ejecución del CASI perfecto plan comandado por El profesor. Lo cierto es que la idea de atracar la Fábrica de moneda y timbre puede sonar tan descabellada como atractiva. A todos nos encantan estos planes imposibles para atracar lugares inexpugnables a cambio de un sustancioso botín. Qué demonios. Lo realmente original de la serie ideada por Carlos Pina es precisamente el quebranto sistemático de esa primera ley. La maldita mochilita emocional. Durante el tiempo que duran la preparación y el golpe en sí, los atracadores establecerán relaciones entre ellos. Que somos españoles, oiga, y nos gusta más el roce que a un chapista. Es más, algunos miembros de la banda ya tenían vínculos entre sí. Incluso se establecen relaciones entre los atracadores y los rehenes. La primera norma se va definitivamente a tomar viento cuando El profesor se acerca peligrosamente a la Inspectora Raquel Murillo (Itziar Ituño). La maldita mochilita emocional que lo acaba por complicar todo un poco más, si cabe.
Lejos de parecer un fallo del guion, insisto en que en la construcción de personajes es donde la serie atrapa al espectador. La sugerente voz en off de la impulsiva Tokio (Úrsula Corberó) nos mete de lleno en este atraco nacional que juega en las grandes ligas del entretenimiento a nivel mundial. El atraco se convierte en un crisol a punto de estallar y en el que los egos y las luchas internas serán tan peligrosos como las incursiones policiales. Es en este peculiar juego del gato y el ratón donde el espectador más disfruta gracias a las arengas y las expresiones Made in Spain de la puta ama Nairobi (Alba Flores, impecable en el mejor personaje de la serie), la risa nerviosa de Denver (Jaime Lorente), la sencillez de Moscú (Paco Tous), la ternura de Helsinki (Darko Peric) o los evidentes rasgos de psicópata de Berlín (Pedro Alonso). Todos ellos aportan las dosis justas de inestabilidad a una situación ya de por sí inestable. El único punto negativo respecto al desarrollo de los personajes creo que reside en el personaje de Oslo (Roberto García). Es un personaje que apenas se desarrolla, es una montaña de músculos que se queda en segundo plano y no aporta realmente nada a la trama. Sin embargo, en el lado de los rehenes también hay caracteres jugosos como Arturo Román (un magistral Enrique Arce), Director de la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, y uno de los personajes más rico en matices (casi todos negativos, por cierto). Tampoco su secretaria Mónica Gaztambide (Esther Acebo) se queda corta en matices.
La casa de papel empezó su andadura en Antena 3. Ya sabes, empezaba muy tarde (pasadas las 22:45) y los episodios tenían una duración excesiva (70 minutos) que, unida a los anuncios, hacía que los episodios acabarán a la 1 de la madrugada. Sin embargo, las dos primeras temporadas tuvieron cierto éxito en España. Y ahí es cuando apareció Netflix. Los yanquis serán muchas cosas pero nadie puede negarles que tienen un olfato innegable para el negocio. Vieron el filón y decidieron incorporar la serie a su catálogo internacional (llamándola Money Heist) y permitir rodar con total libertad al equipo original un par de temporadas más (como poco) con un presupuesto mucho más holgado. Poderoso caballero es don dinero. El problema era cómo continuar la serie…
Urgía buscar un pretexto para continuar la trama y volver a reunir a la banda en un nuevo atraco todavía más imposible. Rizar el rizo sin quemarlo demasiado. Es entonces, en el inicio de la tercera temporada, cuando la serie se resiente, pierde fuelle y tiene su momento más bajo. El guion se deja los pelos en la gatera pero la sensación de “volvemos aunque el pretexto resulte forzado” dura poco. El guion pronto resulta tan adictivo como en las dos primeras temporadas, o más. Ahora todo es todavía más grande. Paga Netflix, amigos, otra ronda. Ahora ya no es un atraco, es algo personal, y van a lo grande.
Se unen nuevos atracadores como Palermo (Rodrigo de la Serna, un poco disimulado trasunto de Berlín), Bogotá (Hovik Keuchkerian), Estocolmo y Manila. De estos dos últimos personajes no escribo quien los interpreta para no chafar la trama. Por otro lado, se abusa de flashbacks para tapar ausencias y agujeros argumentales que evidenciaban la improvisación del asunto. En este punto, debo destacar el antológico diálogo entre Berlín y Moscú sobre los hábitos intestinales de este último, la teoría de Palermo sobre el Bum Bum ciao o la escena de la pajarita. Pero lo que realmente engrandece a la tercera y cuarta temporadas es la incorporación de unos villanos antológicos como Alicia Sierra (genial Najwa Nimri) y Gandía (José Manuel Poga). Dicen que la calidad de un thriller se mide por la envergadura de sus villanos y La casa de papel, lejos de decaer en ese aspecto, remonta el vuelo magistralmente gracias a estos personajes (y alguna situación límite). Eso sí, lo de meter con calzador al personaje del odioso Arturo Román me pareció un golpe bajo.
El fenómeno Casa de papel explota por todo el globo gracias a Netflix, siendo la serie no norteamericana más vista y generando un auténtico culto en torno a ella. Se ven disfraces con monos rojos y caretas de Dalí por todo el planeta mientras la canción Bella Ciao se ha hecho más popular que nunca. Netflix ha anunciado recientemente que habrá una quinta y última temporada que en breve empezará a rodarse. Ya se me está haciendo larga la espera.
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