La última ocasión en que pudimos disfrutar de una tragedia de Eurípides fue hace unos cuantos años con el «Hécuba» de José Carlos Plaza, una versión clásica que emocionaba de principio a fin. Bien distinto es este «Hipólito» de Isidro Timón y Emilio del Valle, con dirección de este último, pues han adaptado libremente el texto para otorgarle más protagonismo a Fedra y cambiar la dramaturgia y parte del sentido de la obra. Se estrenó el año pasado en Mérida para cerrar la edición y en esta temporada se reponía en la sede del Teatro Romano de Medellín, un lugar que merece la pena visitar y un recinto majestuoso, no tan grande como el de la capital extremeña pero magnífico y con el añadido de tener en la cima un imponente castillo.
En esta versión local han decidido ambientarla en el mundo del circo, con un telón rojo a modo de carpa que sirve también para reflejar las muertes de Fedra e Hipólito con dos artistas que trepan y se cuelgan por la tela (sin duda, los momentos más logrados de la escenografía), además son parte importante del reducido coro. Para completar el vestuario juega con esa idea circense y podemos ver a Artemisa cubierta con un traje de maestra de ceremonias. No es mala idea, ni novedosa pues recordamos un «Esperando a Godot» de Els Comediants trasladado a «el mayor espectáculo del mundo». Lo que sucede es que en la de Joan Font su paso al circo funcionaba, respetando el texto mientras que aquí no terminamos de entender que es lo que pretenden sus responsables con la dramaturgia. El inicio es una lucha entre Afrodita y Artemisa, cambiando el lenguaje culto del original por una pelea dialéctica digna de la peor tradición española, con todo tipo de insultos y palabras zafias y soeces. Ellos sabrán que buscan con semejante comienzo (suponemos que desmitificar a los dioses) pero no consigue su objetivo, como también sucede con algunos alivios cómicos que infantilizan el desarrollo de la obra, como es empezar un número musical con la conocida canción del antiguo programa de cocina «Con las manos en la masa». Todas estas cosas dan la sensación de infantilizar la obra y enmendar la plana a Eurípides. De hecho, estas libres versiones suelen naufragar por lo mismo, ya que deciden cambiar el sentido de la tragedia por trasladar la acción a las consignas de los nuevos tiempos. En este caso, es el feminismo diluyendo la idea original, otorgando más presencia a Fedra, como una sufridora por amor sin ápice de maldad (no entendemos entonces el por qué de la dañina carta) a la nodriza (como el sentido común) y a las caprichosas diosas, dejando a Hipólito como un cazador sin cerebro y enorme misoginia y a Teseo como un irascible personaje que no escucha a nadie.
Como tragedia es interesante y los actores funcionan en su conjunto, lo que es menos justificable es las canciones y la parte cómica que resultan incoherentes con el sentido interno de «Hipólito». Y es que la tragicomedia es algo complicado de encajar, un ejemplo es la obra maestra de Woody Allen «Delitos y faltas», donde por un lado tenemos la justificación de un asesinato y por otro una divertida historia de amor y desamor, donde en un momento se dice que la comedia es «tragedia más tiempo». No parece que sus responsables lleguen al nivel del genio neoyorkino con este irregular «Hipólito».
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