Anunciada despedida de Robert Redford como actor, cosa lógica ya que ha pasado de los ochenta inviernos. Un hombre que a pesar de su impecable trayectoria nunca ha sido demasiado tomado en serio en esta faceta, pues cabe recordar que en solo una ocasión fue nominado al Oscar por «El golpe» como intérprete, no es el caso como director pues lo ganó con su primera cinta «Gente corriente» y luego consiguió otra nominación por «Quiz show (El dilema)». Y no solo en la Academia hollywoodiense pues a partir de «Ordinary people» también ha conseguido candidaturas al Globo de Oro; la última por «The old man and the gun». Así que a pesar del respeto conquistado como realizador, su impagable trabajo en el Festival de Sundance y sus comprometidas posturas ideológicas con el Partido Demócrata es más que posible que se retire sin estatuilla como actor. Y eso que ha protagonizado unas cuantas de las mejores películas de Sidney Pollack y ha sido compañero de reparto un par de veces con Paul Newman en los dos celebérrimos largometrajes de George Roy Hill: «Dos hombres y un destino» y «El golpe».
Y para este adiós se ha producido esta historia a su mayor gloria. La de un anciano que se dedica a robar bancos, con una banda de gente de la misma edad, ante una policía que no sabe como detener a la banda. En el curso de las investigaciones se descubre que lleva toda una vida consagrada a este delito y al de fugarse de cárceles, lo que da la oportunidad de «mirar al pasado» y ver imágenes de Redford cuando era el «niño guapo» de Hollywood. Este «revival» se completa con una serie de veteranos actores que le acompañan; como su última pareja cinematográfica Sissy Spacek o sus compinches en los robos: Danny Glover y Tom Waits. El único sin edad de jubilación es Casey Affleck, al que parecen haber perdonado sus problemas de acoso sexual y le permiten seguir trabajando (cosa que no pueden decir otros compañeros). Todos funcionan como meras comparsas alrededor de Mr. Redford quien tiene todo el peso de la narración y el foco permanente en su envejecida figura.
A pesar de ese exceso de protagonismo, el tono ligero del «libreto» y un esquema sencillo de presentación, nudo y desenlace llevan «a buen puerto» el resultado final, con un sentido del ritmo competente y una duración de poco más de hora y media. La puesta en escena es bastante clásica y no arriesga en demasía, lo cual no debe ser un defecto pero sí resulta sorprendente pues el encargado como guionista y director es David Lowery, autor que el pasado año nos dejó perplejos con esa joya independiente llamada «A ghost story», una producción con una forma de rodar diametralmente opuesta. Consideramos «A ghost story» mucho mejor filme tanto en guion como en realización, pues comparamos un largometraje sobresaliente con otro que consigue el aprobado y que nos da un tanto de lástima que este sea el testamento como actor de uno de los grandes nombres del séptimo arte. Esperemos que reconsidere su opinión o por lo menos nos legue una última película como director. Quedará como uno de los grandes.
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