Me gustó mucho Ida, la anterior película del polaco Pawel Pawlikowski sobre una joven novicia. En Cold War Pawlikowski repite con una historia ambientada en su Polonia natal durante la dictadura comunista. También incide en el uso del blanco y negro así como del formato 4:3 en vez del standarizado 16:9. Todos estos elementos formales me impresionaron mucho más en Ida, aquí ya no me resultaron tan novedosos aunque su eficiencia es incuestionable en la mano de Pawlikowski. El inicio con las canciones populares polacas me dejó algo fuera de juego, no me lo esperaba, pero todo cobra pronto un sentido. Pawlikowski no usa voz en off ni moderneces, su forma de narrar es clásica, tan clásica que resulta novedosa. Son especialmente importantes en su cine las miradas, los silencios y sus elipsis narrativas. Esta peculiar historia de amor ambientada en plena guerra fría me sedujo desde el principio, desde que los amantes se conocen en un casting para ir cambiando de lugar y de fecha. Pawlikowski es muy hábil con el uso de lo que no muestra, dejando entender muchas cosas. No es un ataque directo a la brutal dictadura comunista de Stalin, sino que muestra sus consecuencias en el pueblo sin atacarla directamente. Algo así como lo hizo Berlanga con el régimen de Franco (Bienvenido Mister Marshall) o Zhang Yimou con el partido comunista chino (El camino a casa, Vivir!) hay que ser muy hábil para criticar a una dictadura sin que ésta se dé cuenta. Por cierto, me resultó muy interesante cómo el folclore es fagocitado por la dictadura para convertirlo en propaganda. Os suena, ¿verdad?
Pawlikowski nos muestra el doloroso hecho de que hay personas que dentro de una dictadura encuentran su propia identidad. Como en Ida, Pawlikowski parece decirnos que la libertad quizás no sea siempre sinónimo de felicidad. Ella es una bella joven con talento y un turbio pasado que encuentra su camino dentro del folclore. Él es un músico que sabe que dentro del régimen de Stalin no tiene futuro más allá de la propaganda. La dictadura les separará y los pocos momentos que pueden compartir tampoco serán un camino de rosas.
Pawlikowski lleva esta historia con un ritmo ágil y firme, consiguiendo que esta película no se haga aburrida. Supongo que su moderada duración ha tenido mucho que ver, este film de tres horas hubiera sido insoportable, pero su hora y media es la duración idónea. Una excepcional fotografía nos ofrece escenas de gran belleza (la iglesia, la escena del baile, el coro) mientras el drama de la pareja protagonista se desarrolla ante nuestros ojos. Una atípica historia de amor que va evolucionando intermitentemente mientras asistimos al florecimiento del Jazz y el rock en Europa. El final me dejó algo confuso, lo admito, me recordó al amour fou de Profundo carmesí de Arturo Ripstein, pero ya sabemos que el amor todo lo puede.
Lo dicho, no está al nivel de Ida, pero es un film más que recomendable. Además, el hecho de utilizar para los títulos de crédito el aria BWV 988 de las Variaciones Goldberg de Bach interpretadas por Glenn Gould confirma el innegable buen gusto de Pawlikowski.
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