Esta vez me ahorro la cantinela de «esta banda debería abarrotar salas más grandes». De la humilde Boite, eso sí, prácticamente abarrotada, salieron por la puerta grande; y ellos, de tan agradecidos y extasiados que se mostraron, tal vez no necesiten más.
Arrancaron sin prisa, sonando correctamente desde el primer tema. Pese a cierta falta de calidez de la propia sala, sonaron prácticamente cristalinos. Los juegos de guitarras, su principal baza, brillaron, así como el doblaje del teclado, que envolvía al resto y robaba protagonismo cuando le correspondía. A Charlie, que se mantuvo serio durante la mayor parte del show -sin duda, el escenario se le quedaba pequeño-, también, pues entonó con ganas y soltura cada una de las piezas, pidiendo ruido al tercer tema: «As dreams go by». Entonces el concierto comenzó de verdad.
Durante «Church Bells Through the Valley» ya se bailaba al son de los ritmos sureños, se cantaban las canciones y se saltaba durante los estribillos. Se veneraban a los carismáticos guitarristas mientras, en lo álgido de los temas, daban rienda suelta a los armoniosos solos doblados, y se aplaudía con ímpetu tras cada pieza. A base de temas tan divertidos como «Evil will prevail» o «No Regrets», al grupo no le cuesta ganarse la simpatía de los presentes; quede constancia del esfuerzo y solvencia de una banda en la que todo es real, incluyendo las estupendas armonías vocales. Sin dejarse nada en el estudio, las canciones suenan vivas y auténticas.
El grupo, tan cercano y tan simpático -dejaron claro que, estando en casa a -25º, España era un paraíso lleno de caras sonrientes-, invitó a un miembro del público a grabar desde el escenario cómo todo presente coreaba su gran himno, «Dizzy Jonsson & The Rovers», el punto álgido del concierto y, probablemente, su mejor composición. A partir de entonces, las primeras filas se desbocaron. Lo que quedaba («No Regrets», «Golden», o «The Lost River Band» entre otras) fue una auténtica celebración de un rock & roll tan festivo como elegante. Al final los músicos se dieron un baño de calor madrileño entre los más extasiados: un gran ejemplo de comunión entre banda y público que rara vez se ve.
Las enormes sonrisas y sus insistentes agradecimientos pusieron fin a un concierto estupendo, rematando lo evidente: se lo habían pasado tan bien como nosotros.
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