¿Cuanto le queda al rock como negocio? ¿A la música en general?. Entes públicos gastan dinero de todos en productos prefabricados e incluso sus noticiarios los venden como el concierto del siglo. Programas televisivos, en los que da igual mantener a un puñado de tipos encerrados en un chalé que hacerles cantar canciones, mientras que el negocio sea productivo, con estrellas consagradas de esas que parece ser las únicas que hacen música, jugando a ser dioses. Gente que olvida componer canciones pegado a un viejo tocadiscos, mientras discos y más discos les sirven de influencia y les enseñan el camino de las musas, arrinconándolas, mientras hacen colas interminables en busca de la fama, a las puertas de un plató de televisión. Por suerte, aún queda gente que no le importa si su música está hecha para abrazar a las masas, que siguen sintiendo el placer de acariciar una guitarra, aunque los grandes noticiarios, aquellos que solo se acuerdan de los músicos de verdad, cuando alguno de currículum amplio pasa a mejor vida, les consideren una mera anécdota.
Esperaba como agua de mayo, o de octubre, la salida de uno de los músicos que está marcando diferencia en este imperio de paletos que llamamos país. Alguien cuya cuna es el escenario, donde convierte su directo en una liturgia mágica y plena de la que irredento converso. Pocos son los afortunados que son capaces de sacar ese rock que llevan en vena y transmitirlo en forma de canción, de no pagar peajes porque no le son necesarios, de poner el alma frente al amplificador, y grabar aquello que sale de dentro. Julián Maeso es ese tipo, lo suyo en otros lares sería motivo de adoración, de loa aquí y allí, de portada y comentarios sin fin. Pero su nacionalidad es del Toledo de este lado del Atlántico, y no nos importa, porque es capaz de hacernos sentir fuera de lugar. «Somewhere somehow» su nuevo disco es la confirmación de que no existen los límites más allá de la clase y la elegancia.
Ha conseguido el punto de equilibrio entre sus dos primeros discos, entre el blues y el soul, todo ello bañado por el mejor sonido americano, y su banda, también tiene parte de culpa,que a nadie se le olvide. «No earthly paradise» es su pasaporte al rock, con base funk, alma de negro, guitarras de blanco.»Riding the stars above» suena grandilocuente, como un torbellino encerrado en un viejo club. Llega esa raza blues que nunca se marchó con «Long winter drama», el rock descarado de «You gotta» y su aroma funk o la intimidad provocada de «Before they leave» mecida en un fabuloso jazz. «The road less travelled» te lleva en un viaje a la América que conocimos de la voz y la música de los grandes nombres, a soñar con una estrellada noche mientras suenan las guitarras y la voz de Maeso brilla al fondo.
Rendirse es la única opción ante «Back to me, back to you», con el órgano como maestro de ceremonias y el blues y el rock tomando posición. «Keep on striving» vuelve a poner un pie firme, en ese rock americano, repleto de clase y elegancia, con aromas al desaparecido Leon Russell en mente. «Hanging on a wire» es una de esas canciones que a todos nos gustaría poder escribir al menos una vez en la vida, perfecta comunión entre blues y rock, con su sonido magistral.»I wonder and wander» es un viaje al Delta, para cantar historias a sus orillas, y mezclarlo con ritmos reggae. «It can’t be true» cierra el disco, y para ello abre las ventanas para que las emociones salgan a borbotones por ella en forma de canción.
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