El hijo de Saúl es el debut de László Nemes quien ganó el Oscar a mejor película extranjera y el Gran Premio del Jurado en Cannes entre otros muchos premios y nominaciones. No parece un mal inicio de carrera. Harina de otro costal es que su película sea apta para todo tipo de espectadores.
Ya desde el inicio adivinamos que no estamos ante un film convencional. Ni mucho menos. En un plano totalmente desenfocado tenemos que hacer el esfuerzo por adivinar qué es lo que se nos muestra en pantalla. Pronto aparece en escena Saúl, un preso de un campo de concentración que trabaja en las cámaras de gas, y la cámara se centra en él, exclusivamente en él. Y así seguirá durante casi toda la película. Todo lo demás está fuera de foco mientras la cámara se acopla a la espalda de nuestro sufrido protagonista. Así seremos testigos indirectos de los horrores de las cámaras de gas y el trato inhumano a los prisioneros. Más bien podríamos decir que el horror no es mostrado directamente, pero sí sus consecuencias. Sin embargo, Saúl parece insensible a tanta crueldad, como si hubiera aceptado su papel en el holocausto y ya únicamente se preocupara por sobrevivir. La cámara le sigue continuamente, casi de forma obsesiva, convirtiendo a Saúl en el centro absoluto de la película. Mientras tanto todo el entorno es confuso. Así nos ahorraos ver nítidamente algunas imágenes espeluznantes pero el efecto acaba siendo agotador. Pronto se hace palpable la necesidad de abrir el campo de la imagen. László Nemes nos angustia con sus enfoques y nos convierte en prisioneros de su forma de narrar. Realmente nos sentimos presos con esta película. Oímos gritos que no sabemos de dónde vienen y vemos correr a personajes sin saber el motivo. Es esta original forma de narrar la mayor originalidad formal del film y también su mayor losa. Este detalle te sacará de quicio o te fascinará. László Nemes dirige con pulso firme y su narración no tiene parones ni altibajos. La verdad es que sorprende que esta sea su primera película. El tipo se maneja magistralmente en esos eternos y complejos planos secuencia. Cierto que este recurso únicamente sirve para agobiarnos todavía más.
Sin embargo, un hecho fortuito le dará a Saúl un objetivo en su miserable vida. Un atisbo de esperanza y redención aparece en el horizonte. Como un tenue rayo de luz entre la más absoluta oscuridad, la esperanza se abre paso. Aunque sea una empresa inútil y sin sentido, Saúl pondrá todo su empeño en ella. Al fin y al cabo, no tiene nada que perder excepto su vida. Los intentos de Saúl por conseguir su objetivo darán sentido a su existencia aunque nunca lleguemos a entender sus motivaciones. ¿Es realmente el muchacho hijo de Saúl? ¿Realmente importa? La obsesión de Saúl le lleva a embarcarse en una peligrosa epopeya dentro del limitado margen del que dispone en una situación límite como la suya. Sin embargo, sigo sin explicarme un hecho del film: cuando todo parece perdido, Saúl sonríe por primera y única vez supongo que ante la aparición de una nueva esperanza. ¿A qué viene esa sonrisa? Debo reconocer que no entendí las intenciones reales de Saúl en toda la película y mucho menos en esa sonrisa. La forma de rodar de László Nemes y la inexpresividad del actor Géza Röhrig hacer realmente compleja la tarea de entrar en la psique del protagonista, todo un problema para el espectador que le hace perder el interés. Así no hay manera de identificarse con el personaje ni de sentir la más mínima empatía, ahí radica el único fallo del film: no emociona. Quizás no fuera ésa su intención.
Ciertamente, El hijo de Saúl es una película no exenta de innegables valores cinematográficos pero no es apta para todo tipo de paladares.
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