¿Cuál es el impacto que produce un cartel como el del Hellfest 2014? Pensar que eso es imposible. Todo ese metal ahí junto, en tres días. Leyendas e innumerables bandas de primer nivel. Seis escenarios. Y no, no lo es. Puede hacerse; sólo tiene un precio, y no hablo de los 190€ de entrada, que se amortizan en un solo día de festival.
Hablo de una masificación importante; de que la única forma de pagar un line-up semejante es vendiendo muchísimas entradas. Me vienen a la memoria colas desproporcionadas para pillar merchandising oficial -lo más interesante se agotó el primer día-, para cambiar moneda, para beber agua en los escasos grifos disponibles. Cola para mear. Más de media hora de espera para cagar. Y eso.
Recuerdo muchos conciertos y muchos momentos musicales de estos tres intensos días. Grandes experiencias. Ratos comunales que no se olvidan. Recuerdos que entierran el malestar y hacen que repitamos años sucesivos. La pasión por esta música que nos hace olvidar el exceso de público encajado en un recinto desértico en el que se levantaba polvo al menor zapateo, un secarral descubierto en el que hay que apañárselas para disfrutar de esos bolos mañaneros bajo un sol de justicia que apenas dio descanso. Un paisaje amarillo, un infierno para alérgicos enemigos de los ácaros.
No obstante, también es difícil olvidar el haberse perdido algunos conciertos por la falta de tiempo, la imposibilidad material de desplazarse de los Main Stage mientras toca un cabeza de cartel a los escenarios pequeños, dada la masificación, o por tener que esperar durante media hora, siempre bajo un sol implacable, el turno para que te cacheen antes de entrar al recinto en pleno mediodía. Miles. Uno por uno. Perderse concierto y medio.
Dos o tres días pasado el festival, uno termina de escupir el cemento que le quede en los pulmones, las piernas dejan de doler y las posibles quemaduras del sol terminan de picar. Nos reincorporamos a la rutina, y al final, lo que queda en la memoria, es Iron Maiden tocando «Revelations». Black Sabbath reventando Clisson a ritmo de «Children Of The Damned». Steven Tyler corriendo de un lado a otro cual chaval. Lo que queda de Death haciendo un show inhumano. Clutch quedándose cortos de emplazamiento en The Valley Emperor arrasando. El tipo disfrazado de Spiderman. Los borrachuzos mordiendo el polvo. Las risas en el campamento. La comunidad metalera y el escaparate de fauna. La sensación de estar en un parque temático del metal. La música.
Y como así somos, para cuando salga el cartel del 2015, habremos olvidado el precio real y soltaremos esos ahorrillos para pagar la entrada. Y no está bien, porque hay que tirar de orejas, exigir un terreno decente que no haga sangrar los pulmones y mejoras logísticas. Más agua, mejor servicio, reducir esperas. Es complicado albergar y acomodar a miles de personas, pero no creo que imposible. Sí, falta nos hace ser más críticos, pero la pasión es irracional, y qué le vamos a hacer…
Vete al Sweden Rock y déjate de festivales de medio pelo. !!
Jesús, si por ti fuera, el único festival de pelo entero sería el Sweden!! Algún día iré, bien lo sabes.