Reconozco que no puedo evitar esbozar una maliciosa sonrisa cuando observo como el negocio musical pretende convertir la nostalgia en un parque temático, ese «establishment», a veces pariente pobre de una industria musical que siempre ha vivido de amores fugaces y promesas desleales. Al final la música siempre vence, sería un bonito epitafio pero sabemos que no es así, que muchas bandas terminan muriendo de éxito, no propio sino ajeno, el que se programa, antaño en una emisora de radio, ahora en las entrañas de un algoritmo. A Café Quijano les vino encima uno de esos ciclos interesados que inducen reemplazos en los gustos mayoritarios, justo en el momento en que se encontraban en mejor concordancia con las musas. Es el mercado amigo, diría algún iluminado detrás de la pantalla de un móvil, ces’t la vie, que cantase Khaled. Pero también la música es esa llave oculta que manipula los insondables mecanismos de los sentimientos, que es capaz de mover montañas por mucho que la religión se lleve la fama. Café Quijano se presentaban en La Bodega Las Copas de Jerez de la Frontera, dentro de la programación del Tío Pepe Festival, y tocaba a la gente demostrar, que las canciones cuando tocan el sistema nervioso no pueden ni deben conservarse como una vieja reliquia acumulando polvo en el almacén de un museo que se saca a pasear de vez en cuando si queda algún hueco libre.

Y la gente respondió, porque la magnífica bodega donde Gonzalez Byass cultiva el arte de elaborar vinos y desde hace unos años, en julio y agosto, acordes. Los tres hermanos Quijano, presencia sobria, elegancia y porte perfectamente manejado, se presentan ante un público que en su gran mayoría no han permitido que sus canciones sean un recuerdo. «Cada vez que compones un bolero un mal de amores espantas…» nos regala como titular Manuel Quijano para una primera parte del concierto que se mece en la noche jerezana al ritmo intenso de los boleros que Café Quijano ofrece como ofrenda de amores no correspondidos plasmados con tinta y dolor. Sutilmente, desde la inicial presencia de Manuel, Oscar y Raúl acompañados de percusión, teclados y trompeta, se van incorporando músicos al escenario y la música de manera natural y libre transita hacia esos sonidos del pop rock latino y fronterizo que les llevó a la fama. Cambio de look, acompañado de género, musical, como bromean desde el escenario para dar paso a esos grandes éxitos que jalean a un público que casi sin darse cuenta pasa de los abrazos a los pasos de bailes.

Diez músicos sobre el escenario conforman una banda perfectamente engrasada, siete más tres, un total que añade valor a las canciones aunque nadie duda que los focos se centran en los hermanos Quijano. A la misma velocidad que la noche jerezana comienza a refrescar, el escenario se caldea con canciones como «Tequila», «Dame de esa boca», «Las llaves de Raquel» o la canalla «La primera noche» que convierten el Tío Pepe Festival en un hervidero de emociones actuales, presentes, aunque desde el escenario en un inteligente juego de palabras se evoque a la nostalgia como parte del tránsito de una historia que contempla ya varias décadas de canciones grabadas a fuego en el consciente popular. «La Lola», despedida, vuelta, baño de multitudes, músicos que disfrutan desde el escenario como si fuese la última noche, sus sonrisas les delatan, un público que participa con la misma felicidad del que en ese momento no necesita pensar que ocurrirá el siguiente segundo sino va acompañado del sonido de una guitarra. Bises, «Desde Brasil», «Nada de ná», «La taberna del Buda», paroxismo ilustrado, entrega absoluta.

Café Quijano dieron uno de esos conciertos que recuerdas con el tiempo, de los que cada vez que te preguntas, te dejas de finos versos para coronar un sólido ¡vaya bolazo!. ¿Alguna pega?. Venga, que no se diga, ¿cómo se os ocurre dejar fuera de semejante setlist una canción como «En aquel hotel jamaicano»?
Archivo Fotográfico de TÍO PEPE FESTIVAL. Fotógrafo: Adrián Fatou




















Uff para lo que habéis quedado