Ignoro a ciencia cierta si el despojo involuntario de la prisa y la ansiedad tiene que ver realmente con el ciclo vital, con la constante acumulación de experiencia ligada cumplir años o es sencillamente un resorte que salta en el momento más inesperado de la noche a la mañana provocando -desconozco si estabilidad- pero si una presunta paz social. Seguramente los acontecimientos ligados al momento tengan su ápice de influencia y este en vez de convertirse en un nuevo estadio finalmente no deje de ser una borrasca con fecha de caducidad. Subo el volumen de los altavoces porque el sonido se convierte en una red de seguridad sobre la que amortiguar las caídas. No me planteo ideas preconcebidas, ni tan siquiera tiro de recuerdos almacenados en mi memoria como ejercicio comparativo. Abro las puertas y dejo que la música fluya como si fuese la primera vez.
Me atrapa la calma quieta de ese blues psicodélico, que traza vaporosos recuerdos de The Doors mientras la majestuosidad del Hammond envuelve todo a mi alrededor a la misma vez que el continuo solo de guitarra es como un bálsamo para el alma contenido en «Blacksnake blues» canción con la que los de Nashville abren este disco. All Them Witches no apuntalan consignas que se aglutinen alrededor de su música para convertirla en lema reconocible sino que abren los poros y procuran que hagas lo propio con tu mente. «Fall into place» construye camino a base de atmósferas hipnóticas a la par que son capaces de provocar desazón y calma de manera que ambas viajen juntos. «Silver to rust» se pliega al reino de la distorsión, un musculoso ejercicio de heavy psych de proporciones mayúsculas.
Los doce minutos instrumentales de «Slow City» es uno de esos viajes lisérgicos en los que el estado de animo cobra juicio propio para elevar anclas y navegar en pos del hipnótico ritmo marcado por la batería y el trabajo de las guitarras. «Acid face» se empeña en superar en cuanto a registro de minutos a la anterior, extendiéndose hasta los 17 con ese inicio jazzístico en los parches y impronta blues de una guitarra que resurge como maestra de ceremonias no para expiar nuestros pecados, que no nos hace falta de momento, sino para ponerlos en común. «L’hotel Serein» despliega los perfumes del blues más clásico, con una reposada majestuosidad. «6969 WXL The Cage» abre caminos a la experimentación dotando esos registros electrónicos que difunden de un aroma psicodélico tan propio y quizás extraño.
De manera más próxima al rock de sonido convencional -siempre con todas las reservas cuando se aplica dicho adjetivo a la música de una banda como All Them Withches- lo encontramos en «Tiger’s pit» donde de nuevo presumen de músculo de forma hercúlea derrochando fuerza controlada a la vez que excesiva. Y de la tormenta a la calma acústica de «Tour death song» como retorno a las raíces de una música americana que si ser a priori si que deja su huella en All Them Withches, logrando embaucar a base de una fantástica interpretación vocal o «Holding your breath across the River» donde se transmutan en un Nick Cave travestido de acido y psicodelia que lanza proclamas directas a mantener alerta tus sentidos. Como un combate de boxeo donde después de cubrir tu rostro lanzas una serie de golpes efectivos y rápidos se nos presenta el sonido guitarrero de «Hush, I’m on TV» en contrapunto con esas melodías en las que se podían emparentar con aquel rock de los 90 en línea telefónica directa con «Mellon Collie and the infinite sadness». «Mama is a shining star» y «Real hippies are cowboys» ponen punto final a este «Baker’s Dozen», la primera instalada en sonidos ambientales durante sus diez minutos y la segunda como muestra excelsa de la influencia del rock americano de décadas prodigiosas en Laurel Canyon.
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