De niño me dormía acompañado,
un oído apoyado en el altavoz
del radiocassette, mientras sonaba
profunda la voz del narrador
con esos cuentos que hacían crecer
sin control el vergel de la imaginación.
Era una dura almohada, pero esas
aventuras me distraían de aquella
incomodidad como los poemas
lo hacen hoy de este dolor.





















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