Nada menos que siete temporadas alcanza “Black Mirror”, la excelente serie de Charlie Brooker que nos alerta de los peligros de la tecnología. Más que de la tecnología, el uso humano de esos programas informáticos, videojuegos y artilugios que, en principio, deberían mejorar la vida de las personas.
Uno de los puntos fuertes es que los capítulos tengan ese nexo común de la interrelación entre humanidad y avances tecnológicos pero sean autoconclusivos, por lo que el espectador puede verlos en cualquier orden. Una virtud y un defecto pues no todos tienen la misma calidad ni potencia visual, quedando algunos para el recuerdo y otros se olvidan con facilidad.
Y con ese debe se juega siempre pero en esta séptima entrega, el nivel vuelve a ser altísimo pues de los seis episodios, cuatro son magníficos y los dos restantes tienen un tono medio más que aceptable. Para el recuerdo, “Hotel Reverie” que bebe de uno de los más recordados capítulos como era “San Junípero” de la tercera temporada aunque llevado ahora a la moda de los “remakes” en el cine, con una Emma Corrin que destila tristeza y melancolía, más que su lady Di en “The Crown”. Bonito y nostálgico, tanto como “Eulogy” donde Paul Giamatti emociona con su solitario fracasado que demuestra que algunas heridas no las cura el tiempo. Inquietante el primero titulado “Gente corriente” que de forma brutal critica el sistema de suscripciones y la medicina privada y divertido el último, una continuación de “USS Callister”, otro de los míticos emitido en la cuarta temporada.
Como se puede leer, el resultado es notable, ya que incluso “Juguetes” y “Béte Noire”, a pesar de sus limitaciones también son interesantes. Todos orbitan alrededor de esa capacidad humana de mejorar o empeorar las cosas según interese el rédito económico, la envidia o la soberbia, creando una dicotomía entre el avance tecnológico sin límites y las implicaciones éticas, morales, políticas y filosóficas que conlleva. Nietzsche ya escribía sobre este campo en su “Humano, demasiado humano”, ya que cuando la humanidad juega a ser dios, cualquier aporte bueno “per se” puede convertirse en mezquino y destructor.
Charlie Brooker entiende el mundo así y con el buen hacer de la televisión británica critica a la acomodada sociedad y a la imposibilidad de llegar a ciertos recursos para toda la población. Todo contado con mordacidad, la misma que demostraba en su anterior “Dead set: muerte en directo” sobre los protagonistas del “reality” “Gran Hermano” que por la imposibilidad de comunicarse con el exterior desconocían el holocausto zombie desatado en el mundo.
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