Hay historias realmente sorprendentes y curiosas dentro de la música, lo mejor es que esas historias no dejan de surgir. Como aquel hombre que compró un viejo acetato de la Velvet Underground en un mercadillo de Chelsea en New York, por solo un dólar, o como esas cajas llenas de vinilos de sesiones de Bob Dylan que se encuentran en el fondo de un viejo armario del Village.
Esta historia también tiene un aura de misterio y también empieza en un mercadillo de segunda mano. Ahora comprendo mi pasión por recorrer mercadillos semana tras semana y reconozco que mi baúl de tesoro está bien repleto de hallazgos sorprendentes. Pero vayamos al asunto del cual os quiero hablar.
Unos tipos normales y corrientes amantes de la música, exactamente como la mayoría de nosotros, se paseaban por un mercadillo de la ciudad de Alberta. En una caja encontraron un buen puñado de los mismos y extraños artefactos. Un vinillo con un título absurdo y una portada más bien anodina. Los chavales compraron la caja y se la llevaron a casa donde rápidamente los discos circularon entre los amantes de objetos extraños y de sonidos menos cuadriculados. El disco se convirtió rápidamente en objeto de culto entre los poseedores de oídos menos obtusos. Al poco la gente del sello Light In The Attic amantes de reeditar objetos de calidad que merecen respeto, se enamoraron del disco y lanzaron una nueva edición limitada.
La información que se tiene de este trabajo es prácticamente nula, el disco se llama “L’amour” y lo interpreta un tal Lewis, que en realidad se llamó Randall Wulff. Algunos dicen que el título del disco no se refiere al amor, sino más bien a un homenaje al escritor de western; Louis Lamour.
Este disco, Randall Wulff lo grabó por su cuenta en 1983 en Los Angeles, pagó todos los gastos de su elaboración, fue lanzado por el sello desconocido RAW y luego nunca más se escuchó hablar del tal Randall. Este fue su único ¡y enigmático trabajo! Y me dirán, ¿a qué suena? La verdad es que es un trabajo sosegado, íntimo, de guitarras acústicas con sabor folk o ligeramente country, pero con arpegios de piano y un arropamiento de suaves sintetizadores. Una voz muy cercana a David Sylvian, como un “crooner adormecido” dijo el crítico Nicolas Ungemuth. Lo cierto que no es un disco para los amantes de sonidos duros y tribus sectarias. Este es un disco perfecto para escuchar entre un Japan y/o Talk Talk más obscuros y cualquier maravilla de Robert Wyatt.También se le compara a los trabajos de Angelo Badalamenti con sus magníficas bandas sonoras, las voces etéreas, acompañadas de guitarras acústicas le otorgan un aura escalofriante y atmosférica inusual.
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