Debo admitir que siempre me ha atraído el insano cine de David Cronenberg. Esa obsesión suya por la relación entre la tecnología y el cuerpo humano me parece muy interesante. Cuarenta años antes de Black mirror, Cronenberg ya nos avisaba de cómo podría afectarnos la evolución de la tecnología. En películas como Vinieron de dentro de… (1975), Rabia (1977) o Cromosoma 3 (1979) o su excelente remake de La mosca (1986) aparecen bizarras transformaciones corporales fruto de experimentos científicos fallidos llevados a cabo por un mad doctor. Con Scanners (1981) y La zona muerta (1983) Cronenberg incorporó los poderes psíquicos para controlar a los demás (o hacerlos explotar). No sólo se altera lo físico sino que también la psique puede verse alterada de forma antinatural dando lugar a verdaderas tragedias. Es con Videodrome (1983) cuando Cronenerg nos presentó en todo su esplendor su teoría sobre la nueva carne: una fusión de humano y máquina, lo orgánico y lo sintético, para dar nacimiento a un ser superior. Esa fusión se pudo ver con resultados dispares en la morbosa Crash (1996) o la decepcionante ExistenZ (1999).
Tras apartarse durante casi 25 años de sus siniestras obsesiones por la modificación del cuerpo y el alma, en Crímenes del futuro (2022), David Cronenberg regresa a ellas aunque desde una perspectiva más contemplativa y filosófica. Crímenes del futuro nos presenta un quizás no muy improbable futuro donde el cuerpo humano se transforma gradualmente intentando adaptarse a la contaminación. En este mundo contaminado y oscuro, el protagonista interpretado por Viggo Mortensen sufre constantes mutaciones en su cuerpo generando nuevos órganos de funciones desconocidas. Nuestro protagonista usa sus mutaciones como obras de arte que su pareja (Léa Seydoux) tatúa antes de ser extraídas. Así, sus cirugías extractoras de nuevos órganos se convierten en performances artísticas. Los personajes de Crímenes del futuro ya no sienten placer con el sexo sino con la cirugía, todos los valores parecen haberse pervertido. Tanto el cuerpo como la moral humanas están evolucionando hacia otro lugar todavía por definir. En Crímenes del futuro entran en conflicto la biología, la tecnología, el arte y la ética en el entorno de una decadente sociedad.
Como era de esperar, el Estado no se quedará al margen y buscará sacar tajada de estas mutaciones, regulando y clasificando estos nuevos órganos mutantes. La Oficina Nacional de Órganos, encargada de registrar las transformaciones corporales, podría representar la obsesión del poder imperante por controlar todo aquello que se sale de la norma. El ambiguo final queda a la interpretación de cada espectador: ¿El cuerpo humano finalmente se adaptará para poder digerir plástico? ¿Estos nuevos órganos son una evolución o una aberración?
A pesar de plantear preguntas más que interesantes, Crímenes del futuro no es un film tan redondo como debiera haber sido, comete dos errores involuntarios que quizás sean inseparables de su idiosincracia: adolece de un presupuesto demasiado exiguo (algunos efectos o escenarios se ven algo pobres) y un ritmo demasiado lento. No fue un éxito en su día (muy extraño hubiera sido lo contrario a pesar de contar con un reparto lleno de estrellas) aunque puede que acabe convertida en una profética cinta de culto.
Una vez más, David Cronenberg no ofrece respuestas sólo plantea inquietantes preguntas a través de historias de ciencia ficción.
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