Yo, adicto es una patada a la entrepierna con forma de seis capítulos. Yo, adicto es una confesión a corazón abierto de Javier Giner, quien ni siquiera ha cambiado el nombre a su protagonista. Yo, adicto es Javier Giner. Es su historia y su visceral manera de contarla: la más cruda y sincera que puedas esperar. Yo, adicto no se queda en las adicciones químicas, sino que profundiza en las adicciones emocionales y las múltiples carencias que la química no puede suplantar. Al final, las adicciones son el síntoma visible de problemas mucho más profundos.
El protagonista, interpretado por Oriol Pla con una intensidad brutal, no es sólo un joven atrapado por sus demonios, sino un espejo de nuestra sociedad. Las redes sociales, la búsqueda de validación constante y el vacío existencial son sus antagonistas verdaderos en esta historia, mucho más terribles que cualquier sustancia. Y aquí radica la gran genialidad de Yo, adicto: no demoniza ni victimiza al adicto, sino que lo humaniza. Podría ser la historia de muchos de nosotros ya que todos somos adictos a algo en esta sociedad consumista y enferma. Adictos al alcohol, a las pastillas para dormir, a las redes, al trabajo, al heavy, a las series, a esa persona que no nos hace bien, a la ropa, al chocolate o al café de la mañana. Cualquier cosa que nos ayude a levantarnos y nos permita continuar con nuestra vida un día más. Yo, adicto es como una terapia de grupo que nos pone frene a un espejo aunque no ofrece respuestas fáciles. Su mensaje no es complaciente ni es de fácil digestión, duele.
Reconozco que me tragué los 6 episodios en un fin de semana y que se me pusieron los pelos como escarpias en más de un episodio. Y lloré. Lo admito, lloré. Soy así. Pero más allá de sus valores artísticos y su carga emocional, Yo, adicto tiene un gran valor humano que es lo que la hace grande. Muy grande.
No sé si va a cambiar mi vida pero me hizo plantearme muchas cosas. Necesitamos más series como Yo, adicto.
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