Shanyuan se está bañando sin frotarse el cuerpo, lo que nos indica que es una
ceremonia placentera. Una húmeda caricia fresca cayendo sobre sí misma.
Esos ojos cerrados con su sonrisa cómplice, nos indican que sabe que las estamos mirando.
Y de pronto, en aquel viejo estanque,
salta una rana,
suena el agua.
Su pose es erguida, firme, quizá debido al kung fu. Un arte que la ha hecho crecer en
la disciplina del cuerpo para su autodefensa. Shanyuan sonríe y al verla, queremos
bañarnos también en ese estanque. Probar su tibio cauce.
Shanyuan se baña en su fuente de montaña. Como un agua reunida, su discurrir mana
y vuelve a manar en un ciclo sin fin.
Los árboles, parecen sauces cuando allí se inclinan, y los matorrales que dan muestras
del otoño, rayos de fuego. Es una geometría y no una fantasía musical de figuras deformantes,
aunque cada fluida variación adecuada al tema del cual se aleja, suena antes: es una consistencia,
la fibra de esa cantidad de agua palpitante.
Shanyuan, nunca ha sentido dos veces lo mismo respecto al salpicado río que sigue
fluyendo y nunca dos veces el mismo. Había tanto de lo real, que para nada era real.
Si ella fuera llamada a crear una religión, debería recurrir al agua. Ir a misa, supondría
un vadear para secar ropa distinta; su liturgia emplearía imágenes del baño, un furioso
y fervoroso empaparse. Y levantaría hacia el este un vaso de agua, donde en cualquier
ángulo, la luz se congregase interminablemente.
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