Hay gente que resulta inspiradora. Su mera presencia, estén a tres metros o a mil kilómetros, resulta un acicate, una motivación para mejorar, para afinar, en mi caso, las letritas que junto. Josemari es una de esas personas. Anda en plena cresta de la ola con Zoo!, donde, acompañado de Alfonso y de Rubén, el Chico Melodrama, le da dignidad a la palabra músico y añade un enfoque proletario, de jornalero, al rock. Aparte, cada pocos meses, rara vez llega al año, presenta algo en solitario, en un proyecto aparte, donde expone su eclecticismo musical. Como la vida está hecha de pequeños detalles, hay dos cosas claras: que mañana va a salir el sol y que en mi buzón va a aparecer un cd lleno de ilusión y de amistad. Me saca de mi territorio de confort, pero me resulta inspirador, me llena de energía para poder seguir tirando líneas y tratando de hacer justicia a todo el esfuerzo que pone Josemari, que está durmiendo en el estudio de grabación. Un, dos, tres… ¡Josemari!
La eterna juventud. El bajo de Carlos Junco que va y viene por los trastes, haciendo el esqueleto que completa una guitarra a lo Django Reinhardt. Ni siquiera suena a jazz, es protojazz, como el eterno virtuoso. Josemari creo que alcanza sus registros más graves. Es como oír a Johnny Cash en alguna de sus caras b, con un registro tan grave que parecía hacer vibrar el auditorio entero. Josemari es un currela del rock, me cae bien. Django Reinhardt me encanta, tanto que he escrito sobre él en varias ocasiones… ¿cómo no va a gustarme esto? Las cosas que no se dicen son las que suelen dejar cicatrices. Un pequeño mantra para que la canción deje poso.
Fuego amigo. El bajo está jugando. Vengo del rock, del metal, del punk. Estoy acostumbrados a bajos ramonianos, de cuatro notas, o a amplificadores apagados, como Newsted, sacrificados por el conjunto. Aquí es como si Josemari y su guitarra hubieran trazado una carretera, pero ocupan un solo carril. El bajo tiene otro carril, el cincuenta por ciento del espectro instrumental, para hacer lo que le da la gana, para completar el esqueleto. El puente y el estribillo me ha traído a la memoria mi propia adolescencia. Con mi Pentium II —que cuando lo pillé ya era un penco—, sin móviles, ni whatsapp, quedando de un día para otro con los amiguetes…
Corazones rotos. Empieza con un punteo, a lo mejor es una guitarra, pero me suena a mandolina, o a dulzaina… o la balalaika de doctor Zhivago. Josemari no escribe canciones, hace bandas sonoras de minipelículas. Veo un atardecer en una ciudad grande, de un martes de febrero, frío y nublado, al borde de la tormenta. Dos minutos en los que cuenta una historia, pura poesía.
Ryuichi Sakamoto. La parte instrumental tiene un aire a folclore japonés. Voy a ponerme de perfil para hablar de música tradicional japonesa, porque de eso sí que no sé ni poner la firma, pero es una bonita forma de homenaje, al estilo Josemari, algo humilde, pero sentido. Josemari es un tipo muy talentoso en lo que se refiere a crear imágenes en tu mente mientras canta.
Bailando en el balcón. Como estoy compartiendo mucho tiempo con Isra, el bajista de Terzero en discordia que anda también de guitarra y voz con la banda palestina, se me abren los ojos y las orejas a esa parte de la música. Lo hacen parecer fácil, pero es un pequeño milagro que un pedazo de madera con unas cuerdecitas de hilo de coco produzcan un sonido que completa la voz, poder hacerlo todo a la vez y construir algo que te dé ganas de silbar. Carlos Junco ha sacrificado su capacidad juguetona, pero sigue cargando, como Atlas, el peso instrumental de la canción, mientras la guitarra y la voz sigue ese camino poético.
El río del olvido. ¡Por fin algo que sí está en mi terreno! Hace casi cuatro milenios, los griegos cuando palmaban iban al Hades. Los llevaba Caronte —o Hermes—, y atravesaban varios ríos. Uno de ellos era el Leteo, el río del olvido. Cuando un alma bebía de sus aguas, olvidaba todo. Normalmente era un paso previo a la reencarnación, para olvidar lo acontecido en vidas pasadas. Esto influyó en la filosofía socrática, ya que Sócrates decía que no aprendíamos. Con el método mayéutico —el método de la comadrona—, recuperábamos una memoria que ya teníamos. Después de la nota pedante, la letra también plasma ese concepto de la mitología griega. Una inmensidad de gente dando vueltas sin rumbo, perdiendo la memoria… es la orilla de la laguna Estigia. En los últimos versos, Josemari le da la vuelta, lanzando un mensaje positivo, esperanzador, sin haberse desviado de la historia del río Leteo ni un milímetro.
El extranjero. Es un minuto, como un relámpago, pero tiene un poso de égloga pastoril, tal vez influido por Miguel Hernández, exaltando la naturaleza y la vida más tranquila lejos del asfalto. Cuatro versos, unos coros, un minuto… y he visto a Machado en Campos de Castilla.
Hijos del mar. Suena un poco a pasodoble, ¿no? Suena a verbena en un pueblo dejado de la mano de Dios, con las viejillas y los viejillos bailando, riéndose entre copas y chascarrillos aquí y allá. Ahora escucha la letra. Es como si hubiera un muro invisible mirando hacia el mar, un muro económico que parece proteger a los de este lado, que deja las desgracias para los que se embarcan en balsas de goma y se juegan la vida. El verdadero triunfo del capitalismo es que haya clase trabajadora sin conciencia de clase, o creyéndose clase media cuando están a dos nóminas impagadas de recoger cartones. ¡Qué bien expresado, Josemari! Qué mensaje más profundo envuelto en una especie de canción costumbrista.
Los intentos. Última parada… por ahora. Josemari es un enamorado de Italia, y yo no he estado nunca. Bueno, no he estado físicamente nunca, porque si cierras los ojos y escuchas esto, el aire seco de Logroño se llena de brisa marina. Huele a agua salada, y sólo nos ilumina una imponente luna, como si fuera a dar parte de todo lo que ocurra.
No soy objetivo, y no voy a ser objetivo nunca con mi amigo Josemari. Es ese tipo de persona que me honra llamar amigo. Un gran tipo, generoso y eterno ilusionado, y además, un gran artista, comprometido y profundo. Para los que quieran saber más, enlaces del proyecto:
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