Vengo del mar, de comprender todos esos porqués de los porqués. Es mi medio natural. Todo ello me ha sido arrebatado, aunque ahora, ni los infortunios del espacio ni los de tierra firme, me afectan. Uno de ellos me dijo en una reunión al ver mi camiseta con un caballito de mar en el pecho: “Así te estamos haciendo así”.
La lluvia ácida cae, cae sin descanso, pero no me importa, —desde que comprendí esas estrategias para cambiar los climas particulares a voluntad—. Cae una lluvia ácida y estoy a lo mío, como siempre. Pasando el tiempo con lo que más me gusta. Hace mucho tiempo que he dejado de pensar; ya no lo necesito. Si acaso, pequeñas deducciones cotidianas.
Vengo del mar de la conciencia, pero estoy vacío de toda su gravedad. Solo recuerdo la sensación de su profunda pesadez, su inmensidad, sus fiebres; pero ninguna respuesta me queda. Se las han llevado todas mis alquimistas y no quieren que deduzca hacia atrás por capricho. Aunque ya es tarde para ellos, —y lo saben.
Ya no me importa arder cuando piso tierra. Con la misma facilidad vuelvo al espacio. Me tienen constantemente para arriba y para abajo. Un amigo mío, me dijo que yo era un ángel. Pero oí una vez que los ángeles quieren ser los más buenos, los mejores siempre; competitivamente. Y me pareció un comportamiento tan estúpido que rechacé enseguida aquella teoría.
Solo quiero ser hombre libre y volver a sentir la brisa y la tarde y el calor de un mismo cuerpo, por la noche, a mi lado. Caminar descalzo y sentir la fría arena amalgamándose bajo mis pesados pasos. Cae una lluvia ácida, y me da igual porque no llega a mi centro, se desvanece porque sabe que no es verdadera. Y lo mismo pasa cuando la distingo en el sueño.
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