He tardado tanto tiempo en hacer la crónica del concierto de los Screamin Cheetah Wheelies en Madrid porque aún no me había bajado de la nube donde me hicieron llegar ¡aquella noche! La misma nube en la que me subí la noche del 2004 en Vitoria en el Azkena Festival.
Vivía tiempos tumultuosos en mi vida personal, algo parecidos a los de Mike Farris y ese concierto fue lo más parecido a un bálsamo para el alma; puso mis pensamientos y decisiones en su sitio.
Ya había visto a Farris en solitario antes y tras los SCW en cada visita por España. Estuve en ese bolo en la catedral de Vitoria que fue otra de esas noches mágicas.
Por ello era imperativo que fuera a alguna fecha de este retorno de una banda que mereció mucho más reconocimiento mundialmente; me hubiese gustado hacer las cuatro fechas, pero ni mi monedero, ni el tiempo me lo permitían.
Además, era una espléndida ocasión de volver a ver a mis amigos de “la primera fila ¡como algunos llegaron a apodarnos! Como dijo Sergio Martos no podemos ser “imparciales con esta banda” los que estuvimos allí aquella noche mágica, quedamos marcados por un lazo afectivo, hasta el punto de que lo mismo sin conocernos o habernos visto, dicho concierto nos unió en un mismo espíritu.
No me andaré más por las ramas, he leído todo tipo de crónicas, algunas insulsas, escritas por gente que no siente esa pasión por los SCW, crónicas burdas de gente que no saben de música directamente. Y comentarios de otros que perdían tiempo en observar los fallos y no dejarse llevar, por lo que nunca llegaron a esa nube donde estuvimos los elegidos.
Y allí nos vimos, apoyados en el escenario, sintiendo las gotas de sudor de Mike caer sobre nuestros brazos. Hacía años que no volvía a estar en esa primera fila junto a mis colegas. Esa sensación de poder palpar la energía que se desprende de las tablas, de los músicos, de los instrumentos, la lucha por conseguir una púa, el set list, los apretones de manos, esas miradas cómplices entre nosotros, es algo que engancha como las peores drogas, pero esta te sana el alma, en vez de destruirla.
Tras unos teloneros, que fueron más unos artistas invitados de lo más brillantes, los Steepwater Band, unos tíos de Chicago que nunca fallan y que dejaron al público justo con las revoluciones necesarias para acoger a los SCW, que al son de los violines de Bitter Sweet Symphony de The Verve hicieron su aparición sobre el escenario.
Ya los había visto por la tarde y había intercambiado algunas palabras con ellos, me fije que estaban todos en plena forma física y Mike ¡aún más que los demás! Desde el primer segundo quedó todo claro, no solo estaban físicamente en forma, musicalmente seguían siendo esa apisonadora de boogie, blues, gospel y southern rock, guiados por un mesías.
Aquello sonó genial, digan lo que digan, escuchaba todos los instrumentos perfectamente, set list impecable, un Magnolia estratosférico, un Father Speaks que me hicieron saltar las lágrimas y un Hello is Venus que fue el broche de cierre que nos dejó exhaustos, noqueados y de nuevo en aquella nube donde nos subimos en 2004. Muchos pedían que aquello se convirtiera en el día de la marmota y que entráramos en un bucle de nunca acabar.
Los que no habían estado acariciando el cielo en 2004, en esta gira sucumbieron y los que se dejaron llevar por el grupo, ahora saben cómo es esa nube llamada Screamin Cheetah Wheelies. Nada más terminar aquel viaje musical, mis primeras palabras fueron para mis colegas de los cuatro puntos cardinales de España, a los que llevaba casi 7 años sin ver, lo que añadió aún más emoción y regocijo a tan magna noche.
Todos coincidían en que habían rejuvenecido 20 años, que aquello fue igual o mejor que la primera vez, y ya saben que es difícil que algo sea mejor que la primera vez. La celebración del cumpleaños de Farris sobre el escenario dejó momentos de felicidad y complicidad con la banda y el público. Los ojos húmedos de Mike recordando aquel bolo único en el Azkena nos enseñaba que él también aquella noche estuvo junto a nosotros en aquella nube.
Además, fue un placer estar en un bolo, por lo menos en las primeras filas, en donde la gente no se dedicaba a su deporte favorito en los conciertos, el charlar y parlotear de estupideces. También se agradecía que la utilización de los teléfonos móviles fuera anecdótica y solo los presentes los utilizaban esporádicamente para inmortalizar rápidamente algunos instantes. Y es que los ojos solo podían estar sobre el escenario si eras realmente un devoto.
Por mi parte, fue un placer charlar unos instantes con la mujer de Mike atareada en vender las camisetas del grupo. Me contó lo felices que estaban por su visita a España y por la respuesta del público en un país tan lejano al suyo. Y es que aquí están en su segunda casa, por ello, volverán en 2024 y algo me dice que a esa “Long Goodbye” le queda aún mucho recorrido.
Crónica con sentimiento, magnífica. Eso es lo que se vivió en La Paqui. Para los puristas de los detalles igual no les gusta, pero el Rock es lo que es. Se siente o no. Fue una actuación espectacular en todos los sentidos.