¿Cómo definirnos?. ¿En pos de que corriente lanzamos nuestros barcos para ser arrastrados hasta la orilla correspondiente?. ¿Es esta el tan deseado y cacareado buen puerto donde se supone que debemos poner fin a nuestra travesía?. Como afirmó Bronislaw Malinowski, «el medio ambiente social y cultural que nos rodea empuja a pensar y a sentir de una forma determinada». Ello no implica de ninguna manera cerrar los ojos para no ver lo que no nos interesa, ni elegir un silencio complice que justifique la inanición de nuestros actos. No manchar nuestras manos ni ver la viga en el ojo propio. Lo de la paja en el ajeno ya nos encargamos de amplificarlo sobre todo cuando sirve para tapar nuestras vergüenzas. En un mundo de alineaciones obligatorias, de blanco o negro, de tuyo o mío, ¿cómo tomar partido sin perder las propias convicciones?. ¿Dónde encontrar acomodo sin la sensación constante de estar eligiendo lo menos malo y no lo bueno?. Muchas veces hay que meter los pies en el fango, mostrar la cara pese al frío viento que deja surcos visibles -e invisibles- en ella cuando las circunstancias lo exigen. Ocultar la cabeza en el agujero más próximo no puede ser una opción porque cuando la saques quizás ya sea tarde y estemos condenados.
¿Dónde está mi lugar?. Quiero sentirme seguro aunque sea por un fugaz instante y ese cobijo lo encuentro siempre bajo el manto de la música, de aquella que me refugia bajo su manto, la que noto como propia, como cincel importante de una personalidad que se va esculpiendo a marchas forzadas con el paso del tiempo. Un fuego que se retroalimenta con cada riff de guitarra, con cada sonido de teclado que me resulta familiar, reconfortante. Con los franceses Moundrag me siento como en casa, sus canciones para mi es como volver a un hogar del que nunca me he marchado pero que me recibe cada día con los brazos abiertos, cual hijo pródigo que regresa en busca de paz mental, de energía que renovar para volver a marchar a la mañana siguiente. Quisiera tener la capacidad -o tal vez no- de transformar en palabras los aspectos técnicos de unas canciones hechas desde un talento que se percibe a leguas pero también desde una pasión desenfrenada que es la que se cuela dentro de mi ser para pervivir en él por derecho propio.
Efluvios del hard rock setentero se aposentan en las canciones que forman este «Hic Sunt Moundrag», retazos progresivos, psicodélicos, rayos del rock californiano junto a esa impronta que muestra a Deep Purple como primera referencia antes de que tu cerebro comience a asimilar distintas influencias. Solo hay un camino, de ida, aquel que te hace rendirte sin condiciones ante los veinte minutos de «La Poule» con ese teclado eclesiástico que libera mi espíritu y le hace flotar libre por los caminos no siempre gratos en mi presencia del rock progresivo, pero que en esta ocasión hago míos consciente de sus consecuencias. La fuerza natural de «Demon Race» o «The creation», alabo las enseñanzas de Deep Purple en la primera, de Uriah Heep en la segunda, hard rock en su expresión máxima y primigenia. La belleza melancólica de «Shade in the Night», juegos de voces, teclados envolventes, magia en la máxima expresión de su nombre. ¡Bendita maravilla de disco!.
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