Un martes cualquiera del mes de septiembre, cansados con la vuelta al curro y teniendo que madrugar al día siguiente, devino en una noche de rock and roll maravillosa. La lluvia que caía fuera contrastaba con el fuego que vimos arder sobre el escenario de 16 Toneladas, una sala que hace tiempo que se ha convertido en símbolo de calidad en sus propuestas y referente absoluto del r´n´r local.
Llegaban 2 guitarristas, distintos, en las antípodas del dominio de las 6 cuerdas, pero cada uno en su estilo, lograron que el público disfrutara y lo diera todo para apoyar sus propuestas.
Abrió la noche Ben Poole, un inglés que nos dejó alucinados. Su toque, intimista en algunos momentos y salvaje en otros, te calaba y, sin prácticamente conocerlo, nos dejó claro que sus directos son algo que no te debes perder. Acompañado únicamente de bajo y batería, ambos grandes músicos, que dejaban claro el protagonismo del barbudo tatuado. Ben Poole cantaba, incendiaba su guitarra cada vez que daba un paso al frente y alargaba los temas hasta más allá de los 10 minutos, y sonreía y agradecía a la audiencia su apoyo sin cesar. Su propuesta nos maravilló y, cuando parecía que ya no podía hacer nada más, que no podía estirar más el chicle en esa locura guitarrística en que se metía, nos dejaba 3 o 4 minutos más con la boca abierta, las manos en alto y los gritos saliendo de nuestras gargantas.
Podríamos citar alguno de los temas que tocó, casos de la fantástica versión que hace del “Dirty laundry” de Don Henley, “Don’t cy for me” o la maravillosa “Have you ever loved a woman”, en la que se acercó a 1ª fila, cantando sin micro y tocando cada una de las fibras que formaban a los allí presentes. O la discreta presencia de sus compañeros, talentosos y aceptando su 2º plano, especialmente Steve con el bajo. O la simpatía y agradecimiento que mostró cada vez que se dirigió al público, pero lo que quedó claro para todos es que, si vuelve, allí estaremos, sin lugar a dudas.
Su demostración puso el listón muy alto y queríamos ver cómo saldría el norteamericano porque lo tenía difícil. Jared James Nichols salió a saco, presentando su homónimo nuevo álbum, fantástico, roquero, variado y con canciones muy pegadizas y directas. “Easy come, easy go”, “Down the drain” o “Hard wired” sonaron fantásticas, con un Jared desbocado, de voz perfecta y presencia imponente.
Se hacía acompañar de Lewis al bajo, siempre animando al público y ayudándole con los coros, y Brian tras los parches que, conforme avanzaba la noche cogía protagonismo demostrando que el tipo era un música extraordinario. “Skin ‘n bone” o “Shadow dancer” o “Good time girl” seguían presentando su nuevo trabajo, sonando fresco y potente.
Hubo un par de anécdotas que fueron tan simpáticas como algo que frenó la velocidad de crucero que llevaban. Un joven llevaba una guitarra y se la dejó a Jared para que cambiase la suya y este aceptó el reto, llegando a bajar entre los presentes para unirse al chaval y combinar solos con la misma guitarra entre ambos.
Y había un jovencísimo con gafas y auriculares en 1ª fila, cantando cada una de las canciones con su camiseta del “Kill ‘em all” de Metallica. Lo hizo subir para que le ayudara con un pedal wah wah y tuviera su momento de protagonismo que todos jaleamos.
“Threw me to the wolves” o “Nails in the coffin” también cayeron antes de arrojarse a alguna de las versiones que ya son típicas en su repertorio. Su guitarra recordaba muchas veces a Tony Iommi y cuando sonó “War pigs” no podíamos más que confirmarlo, momento de comunión con el respetable, pero su huida al vestuario fue ínfima, y cerraron con una apelotonada y urgente “Mississippi queen” de Mountain que nos dejó algo confusos ante lo que parecía la previa al final y se convirtió en un cierre rápido y deslavazado para una noche que mojó de agua las calles de Valencia y de sudor y satisfacción los suelos de la sala 16 Toneladas.
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