Michael Kiwanuka, londinense de ascendencia ugandesa, publicó su último LP, llamado simplemente Kiwanuka, a finales de 2019 y cuando su gira iba a echar a andar vino la maldita pandemia. Así pues, tras dos años de espera había muchas ganas de escucharle en Zaragoza. Al fin llegó el día. Rodeado de una excelente banda de acompañamiento (de la que sobresalían dos coristas fuera de rango) y un montaje escénico espectacular, Kiwanuka repasó su último trabajo aunque también hubo tiempo para recuperar algunas gemas de su pasado.
Seamos claros, Kiwanuka no es un gran showman, le falta carisma en el escenario, permanece casi siempre inmóvil, ensimismado en su interpretación, y no es especialmente locuaz en sus referencias al público. Todo lo que le falta de carisma viene a suplirlo con la calidez de su voz y la calidad de sus canciones. La banda sonó de auténtico lujo y sus interpretaciones de los temas no desmerecían en absoluto de las registradas en los discos. Esos largos pasajes instrumentales heredados de Ennio Morricone (por influencia del productor Danger Mouse, auténtico forofo del maestro italiano) sonaron a gloria bendita. El soul de Kiwanuka bebe de muchas fuentes, no es fácil de catalogar ni creo que enganche a la primera escucha pero, si le dedicas un poco de tiempo, puede llegar a ser altamente adictivo.
La cosa empezó avisando de por dónde iban a ir lo tiros con la intro ambiental y etérea de Piano Joint para luego atacar los temas más cañeros como You Ain’t The Problem o Rolling. Es entonces cuando descubro el pedazo de banda que estamos viendo y la tremenda calidad técnica de cada uno de ellos. Lo dicho, Kiwanuka se centra en su sentida interpretación (de la cual no hay nada que objetar) y la espectacularidad la deja a un apartado escénico (a base de luces, una bola de espejos y mucho humo) realmente sobresaliente. Unas luces que se adaptan a los pasajes más íntimos y a los más psicodélicos. Por el repaso a Kiwanuka no faltaron Hero, I’ve been dazed, Final days o una Solid ground que nos puso los pelos de punta. También rescató Black man In a white world de su LP Love & hate de 2016. Todas ellas rebosantes de sensibilidad a flor de piel.
Tras un amago de irse, la banda regresó para regalarnos esas joyas que todos estábamos esperando, me refiero a unas Cold little heart y Love & hate que hicieron las delicias de un público que las coreó emocionado. Y así acabó una noche largamente esperada que a veces temimos que nunca llegara y que, finalmente, fue incluso mejor de lo que nunca esperamos.
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