Llegaba el cierre de la temporada 2021-2022 del Teatro Real con un “plato fuerte” como es el Nabucco de Verdi, obra que todavía no se había puesto en pie en el coliseo madrileño desde su inauguración en 1998 aunque su estreno en la capital de España fue a mediados del siglo XIX.
Una ópera con bastantes claroscuros en una representación que sólo pasará a la memoria colectiva por el épico momento del “Va pensiero”. De hecho, lo más destacable fue el coro Intermezzo, el titular del Real, que bajo la estupenda dirección de Andrés Máspero se ha convertido en toda una garantía, mejorando año tras año para encontrarse en la actualidad en un momento superlativo. Con el “Va pensiero” llegó su confirmación, acometiendo con brío el célebre tema, empezando a cantar desde el suelo para ir incorporándose poco a poco, en el gran momento de una discutible puesta en escena, demostrando contundencia y belleza, fraseando a la perfección y epatando con los crescendos y diminuendos hasta llegar a la última nota sostenida en el tiempo. Celebrado por el público que tras cinco minutos seguidos de aplausos forzó a repetir la pieza. Fue su coronación como lo más destacable de este “Nabucco”, una ópera que como muchas del repertorio de Verdi ofrece coros para el lucimiento.
Tampoco estuvo nada mal la Sinfónica de Madrid bajo la batuta de un habitual como Nicola Luisotti. El director conoce a la perfección este tipo de óperas y le da el ritmo y el “tempo” adecuados ante una orquesta que vive también un gran momento y que a buen seguro no parece la misma que conocí en el primer montaje de Verdi tras la reinaguración, con un “Aida” en el 99, dirigido por García Navarro y con una espectacular dirección escénica de Hugo de Ana.
Una escenografía de Wolfgang Gussmann y dirección de escena de Andreas Homoki que no tiene nada que ver con el desaguisado que hemos visto con “Nabucco”. Un escenario con suelo de un mármol de jade, con un muro rectangular del mismo color, de grandes dimensiones, y que se podía mover a voluntad, tanto horizontal como en oblicuo. Y a partir de ahí, los personajes corrían alrededor siendo separados por el “mamotreto”. Le otorgaba dinamismo pero al poco tiempo empezaba a cansar la repetitiva ocurrencia. A eso sumamos algunos desafortunados momentos como empezar a homenajear el musical clásico americano con algún ridículo baile. Como remate, el vestuario trasladaba la lucha entre Israel y Babilonia a un combate entre señores y campesinos, con un coro que parecía sacado del “Novecento” de Bertolucci y los asirios con trajes de gala militares ellos y vestidos con miriñaque del color del suelo para ellas dando una sensación de haber sido visto en “El Gatopardo” de Visconti. Una amalgama entre el periodo del “risorgimiento” y el comunismo del campo antes de la llegada de Mussolini.
En cuanto a los cantantes, simplemente correctos. Como Nabucco el georgiano George Gagnidze que sufrió en los momentos más exigentes, una aplaudida Saioa Hernández como Abigaille aunque no nos entusiasmó, una Fenena de Elena Maximova que tampoco emocionó como el Ismaele de Michael Fabiano ni el bajo Alexander Vinogradov que alternó momentos brillantes en los tonos más graves con menos color en los pasajes más largos.
Un “Nabucco” que si se recordara en el futuro será por el bis del “Va pensiero”. El resto sin ser un desastre ni un espectáculo lamentable sí que se convierte en una oportunidad perdida de lucimiento pues como casi todo el repertorio de Verdi está compuesto para trascender el tiempo aunque tenga algún lunar en su libreto, con pasajes ininteligibles como la súbita conversión de Nabucco al Dios de Israel. Pero como tiene piezas de tanta belleza todos los asistentes se lo disculpamos.
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