Siempre es un placer volver a visitar el Teatro Real de Madrid. Un lugar donde fui abonado durante diez temporadas y al que intento ir siempre que puedo. En este caso el estreno de “Juana de Arco en la hoguera” merecía un regreso que se ha ido posponiendo por la pandemia.
Y si bien se encuentra dentro de la temporada lírica, la obra de Arthur Honegger no es una ópera sino un oratorio dividido en once escenas. Un espectáculo donde el peso protagonista no lo lleva una cantante sino una actriz declamando los recitativos en lengua francesa. Un personaje que antaño interpretó gente del talento de Ingrid Bergman dirigida por su marido Roberto Rossellini y que en esta ocasión no defrauda pues la “doncella virgen” está encarnada por un “peso pesado” como es la ganadora del Oscar Marion Cotillard. La actriz es el principal reclamo pero no es el único atractivo de una propuesta que si bien no se encontrará entre lo mejor escuchado o visto en las tablas del Real, sí que es un producto entretenido y digno, lejos de las furibundas críticas que ha recibido por su visión escénica.
En este aspecto la escenografía propuesta por Alfons Flores es coherente, respetando el libreto de Paul Claudel. Pensada en dos alturas, donde la superior es una estructura metálica, con suelo de metacrilato de donde emerge una columna de acero con un montacargas de donde desciende tanto los ángeles como la propia Juana De Arco, encadenada a la pira donde será quemada viva. No hace falta mucho más sobre el suelo desnudo del escenario al cual se le van agregando algunos útiles móviles como gradas para el juicio o para que el populacho jalee como si de hinchas de fútbol se tratase o unos coches desvencijados. A destacar la hoguera final con un efecto visual bien conseguido.
A ello se suma la dirección escénica de Álex Ollé de La Fura del Baus, física y que deja cierto protagonismo al coro y los secundarios. Quizás echemos en falta más movimiento de marion Cotillard, estática en su plataforma demasiado tiempo. Aun así es convincente y no creo que aburra. Y más cuando han tenido la brillante idea de situar como preludio una obra corta de Debussy titulada “La daimoiselle Elúe” que nada tiene que ver pero por tonalidad (ambas enmarcadas más o menos en el romanticismo musical) y puesta en escena sirve como perfecto prólogo, consiguiendo que entre ambas tengan una duración de una hora y cuarenta y cinco minutos sin descanso.
En cuanto a la orquesta, buen trabajo de Juanjo Mena al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid, conjunto que (ahora que no los puedo seguir con regularidad) me suena mejor. No es una ópera u oratorio que requiera la totalidad de los integrantes de la formación, apareciendo instrumentos no habituales como el saxofón, pero su trabajo lo cumplieron a la perfección, al tempo preciso y sonando de maravilla.
Así que doble estreno escénico en Madrid, en esta coproducción del Real junto a la Ópera de Francfort que a buen seguro satisfizo a un público que ovacionó a todos los responsables de un montaje que sirve de antesala al cierre de esta temporada 21-22 nada menos que con el Nabucco de Verdi.
0 comentarios