Walter Huff es un vendedor de seguros que llega a una bonita casa de estilo español en Los Ángeles, conoce a la Sra. Nirdlinger, pues intenta localizar a su marido para renovar los seguros del coche con la General Fidelity de California. De esa primera conversación, Huff se da cuenta del peligro que supone dicha dama y de sus reales intenciones al preguntarle si disponen de seguros de accidentes.
LIBRO
Su jefe directo, Barton Keyes, le tiene en gran aprecio, y se fía y le defiende ante el dueño, el hijo del fundador. El Sr. Nirdlinger trabaja en el negocio del petróleo, excusa perfecta para suscribir ese seguro de accidentes, y Phyllis sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Para ello termina besando a Walter que ya ha caído bajo su influjo.
Los diálogos son rápidos, atropellados, precipitados, pero la narración en off, en 1ª persona, hace que el relato crezca muchísimo. Walter y Phyllis ya han creado la encerrona, tan solo falta cómo llevarla a cabo, porque 50.000 $ que son el importe del seguro, no son moco de pavo. Huff toma las riendas, lo planea todo minuciosamente, hasta el más mínimo detalle, y lo llevan a cabo a la perfección. Ya hay un cadáver en las vías del tren y los capos de la compañía de seguros se reúnen para tratar el tema. Norton jr. ha heredado la empresa, pero no sabe cómo llevarla, Walter está pringado hasta las cejas, pero Keyes, el viejo y orondo Keyes tiene mucha experiencia e intuición, y en un momento le suelta a Huff lo que cree que ha pasado de verdad, y qué es lo que tienen que hacer para pillar a la Sra. Nirdlinger para que confiese.
Aquí Cain demuestra todo el talento que tiene para ir aumentando la tensión y el dramatismo con cada página, dibujando un Keyes tan nervioso y furibundo como capaz e intuitivo, insertando personajes hasta ahora secundarios, casos de la hija de Nirdlinger, Lola, y su novio, Nino Sachetti, para aumentar las dudas, las posibles salidas, la resistencia a la salida fácil. Los diálogos entre los protagonistas dejan algunas joyas de primer orden, aunque a mi particularmente me gustan más algunos pasajes narrados por Walter en esa constante voz en off con la que transcurre la narración. Uno de los más brillantes aparece cuando Phyllis llama a Walter y Cain define perfectamente su estilo con una frase tan dura y seca como esta que pone en boca de Huff: “Colgué. La amaba como el conejo ama a la culebra”. Tan lúcida como deslumbrante.
Lola retorna para contar a Walter sus sospechas sobre su madrastra. Estaba convencida que fue la culpable de la muerte de su madre y ahora regresan a atormentarle para culparla también del fallecimiento de su progenitor. También implica a Nino en la trama, por lo que Huff empieza a comprender realmente lo que ha pasado, deshaciendo los bolillos de Phyllis para enredarse en los de Lola, de la que pasa a hacerse cargo.
Aquí se complica todo y lo que parecía un caso fácil para hacerse con la Doble Indemnización por accidente de un marido que se había caído de la plataforma trasera de un tren por culpa de una pierna rota y un mal uso de las muletas, se convierte en una de las mejores novelas negras del siglo XX, dejando un final muy trabajado, donde Walter asume la culpa con la que debe cargar y obliga a Phyllis a seguir el mismo camino, dejando despejada la senda para los que no tienen que cargar con nada de lo hecho por ellos.
La novela es corta, menos de 200 páginas, con un lenguaje muy certero y directo, acertadamente narrado en flashbacks a través de una confesión del asesino, lo que hace que, por momentos, tomemos parte por él hasta cierto punto. Cain, gran maestro de la novela negra junto a Hammett y Chandler, nos muestra una de sus obras más redondas, aunque quizás la más conocida y famosa sea “El cartero siempre llama dos veces”. A través de ella y tomando como referencia un caso real acontecido en New York en los años 20, nos muestra esa cara oscura del alma humana, casi siempre representada por una mujer fatal y un pardillo y pecaminoso hombre que se deja engañar.
Si quieres disfrutar de un claro ejemplo de novela negra de calidad, de porqué tiene tanta aceptación entre el público y la crítica, aquí tienes una opción de éxito seguro que, además, se lee de un tirón.
PELI
La adaptación cinematográfica fue obra del gran Billy Wilder por empeño, por tesón y perseverancia, porque todo el mundo negaba que fuera a ser aceptaba por el deleznable Código Hays, porque era turbia, sucia y su esencia eran instintos tan bajos como el deseo, la culpa, la avaricia o la lujuria. El primer problema que eso le trajo a Wilder fue que su socio, Charles Brackett, se negó a escribir con él un guión tan oscuro y obsceno. Wilder puso los ojos en el propio Cain para adaptar su obra, pero estaba ocupado con un guión para la Fox, así que surgió el nombre de Raymond Chandler, un tipo taciturno, complicado y difícil, pero que sabía escribir, tal y como sus obras demostraban.
La relación entre ambos fue un auténtico infierno, con Chandler intentando dejar el trabajo repetidamente y Billy dando rienda suelta a su hiperactividad con continuas salidas del despacho de redacción (y no solo para despejarse porque la agitadísima vida social de Wilder era vox populi). El propio Wilder definió a Chandler como un escritor chalado, pero maravilloso. El siguiente problema llegó con el reparto porque, no se sabe muy bien la razón, Billy quería a George Raft para el protagonista, pero este lo rechazó, dando la oportunidad de cambiar de registro y lanzarse a por Fred MacMurray, que acabó logrando la mejor interpretación de toda su carrera. Fred daba el tipo del típico americano medio, no resaltaba por nada en particular y eso era lo que buscaban. En cuanto a la chica, Barbara Stanwyck (las mejores piernas de Hollywood), fue la 1ª y única opción. Y en el guión final, Keyes cobraba mayor protagonismo, dando a Edward G. Robinson la oportunidad de lucirse, una vez más. Los departamentos más técnicos, casos de la brillante fotografía en b/n de John Sitz, o la música de Miklos Rosza, solo hicieron que aumentar la calidad de una película que pasaría a los anales de la historia del cine.
Un par de cambios en los nombres de los protagonistas, Walter se apellidaría Neff y Phyllis sería Dietrichson, y una escena inicial fabulosa para dar paso a ese gran flashback en el que Walter va contando a una grabadora lo que ha “hecho por amor y por dinero, aunque se ha quedado sin amor y sin dinero”.
Fred MacMurray ya no aparece sudoroso y acabado, sino limpio y resplandeciente ante la puerta de la casa de los Dietrichson donde, cubierta solo con una toalla, hace su aparición Barbara Stanwyck en lo alto de una escalera. Soberbia imagen de inicio que, al volver a aparecer, lleva una esclavina alrededor del tobillo. Desde ya, Neff solo piensa en ella y en esa pulsera que le acaricia la pierna. Los flirteos con los diálogos son maravillosos, puro noir de los años 40.
La aparición de Eddie Robinson también es genial, atrapando a un timador que intenta cobrar el seguro cuando fue él mismo quien incendió su camión. Pero Neff solo piensa en ella, en ese tobillo, que Wilder aprovecha para enlazar la siguiente escena en casa de Phyllis. Es en esa escena donde Neff cae en la red de Phyllis y queda atrapado por ella, por su aroma, por su piel, por su maldad… y huye. Pero ahora es ella la que acude a su casa dispuesta a no soltar la presa. La casa de Neff está en penumbra, a oscuras, hasta que se besan y se sientan a tomar una copa y poner las cartas sobre la mesa.
Los continuos juegos de Wilder acercando la cámara a Walter cuando está narrando en presente a la grabadora, y alejándola cuando va a volver de nuevo al pasado con otro flashback acentúan quién lleva las riendas ahora y quién las llevaba antes. Toman esa copa, Walter decide lo que hay que hacer para cobrar lo máximo posible de la Pacific All Risk Insurance y hace que Phyllis se vaya a su casa. Fuera llueve y él se queda solo.
El Sr. Dietrichson es, realmente, un machista gruñón e insufrible, y le engañan para que firme la póliza. Wilder y Chandler siguen bastante linealmente la novela de Cain en este tramo, con la aparición de Lola, Nino, la rotura de la pierna del futuro finado y los preparativos para cometer el asesinato. El hecho en sí mismo es rodado por Wilder con mucha maestría, cuidando el encuadre perfecto en cada toma, destacando esa toma fija sobre el rostro de B. Stanwyck mientras Fred acaba con su esposo en el asiento de al lado.
Todo parece que ha ido bien, pero aquí es Norton el que no está conforme con la decisión de la policía y el pago de los 100.000 $, intentando buscar un acuerdo con la viuda acordando un veredicto de suicidio. Keyes es quien tira por tierra todas las dudas del jefe a base de estadísticas, pero llegada la noche se siente mal (genial el recurso narrativo del hombrecillo en el estómago que no le deja tranquilo) y se presenta en casa de Walter para contarle su teoría, acertando en todas sus suposiciones. Walter quiere dejarlo, pero Phyllis se niega. Lola aparece con sus angustias y temores, y Walter se siente presionado por Keyes y por Phyllis, y solo se siente bien con Lola.
Todo da un vuelco en la cabeza de Walter y la última escena en casa de Phyllis es magnífica. Walter le cuenta lo que va a hacer para solucionarlo y salir airoso de todo, provocando a Phyllis. Le pregunta “¿no me digas que has estado enamorada de mí?”, y ella se sincera por primera y única vez en toda la filmación. “No, ni de ti ni de nadie. Estoy podrida hasta el alma. Te utilicé como has dicho. No significabas nada hasta hace un instante”.
Billy Wilder y Raymond Chandler dan un giro al final de la novela para dar otra muestra de genio. Durante toda la película era Walter el que le encendía los puros a Keyes, con una cerilla que prendía con la uña de su dedo gordo. En la última escena, cuando Neff intenta encenderse un cigarrillo, es Barton el que le enciende la cerilla a su amigo de la misma forma, para dar paso al FIN, en otro de esos cierres magistrales marca de la casa Wilder.
La película fue un éxito inmediato, logró 7 nominaciones a los Óscar, y se ha convertido en un referente indiscutible dentro del género negro en particular y del cine americano en general. Una obra maestra de cabo a rabo, donde Billy Wilder, rodeado de grandes nombres dando lo máximo de sí mismos, dan forma a un clásico absoluto.
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