La lastimosa realidad del panorama musical de este país, y no solo en lo referente a los aficionados sino también a gran parte de los profesionales del negocio, hace que bandas como Topo sean casi anónimos o ninguneados sin ningún tipo de pudor. Dicen que si no conocemos la historia estamos condenados a repetirla. Yo en este caso, diría, que sí desconocemos u obviamos nuestra historia musical, a lo que estamos abocados es a la ignorancia. Lo peor de todo es que a muchos les da igual. Viven en su mundo artificial a base de publicaciones en redes sociales en las que creen a pies juntillas haber creado un estatus social cuyos valores principales residen en un teclado predictivo. ¡Peor para ellos!.
Topo no solo son leyenda, también presente. Tres primeros discos tallados a conciencia en la bases del tronco del rock de este país, pero también otros siete, este último «Duros y dulces años» incluido, como muestra del talento y sensibilidad de dos músicos del calibre de José Luis Jiménez y Lele Laina, también «culpables» de la grandeza infinita del primer disco de Asfalto y de «El planeta de los locos» . Voces y plumas de una sociedad que lleva tantos años envuelta en sus propia ceguera, tanto que aquellas lejanas letras de sus primeros discos siguen resultando tan vigentes entonces como ahora. Junto a ellos la clase y elevado buen gusto de Luís Cruz a la guitarra y la precisión rítmica de Jesús Almodovar a la batería.
¿Sabéis lo que hace realmente grande a un disco?. Su conjunto. Es decir, cuando todas y cada una de las canciones que lo componen se sitúan a un nivel tan exigente por parte de sus autores, y brillan de tal manera, que es complicado, y casi diría injusto, tratar de destacar unas por encima de otras. Eso ocurre con este «Duros y dulces años». Un disco para escuchar con atención, tanto esas melodías que sacan de sus instrumentos, que enriquecen con cada pequeño detalle que cobra tanta importancia, como por las letras, auténtico derroche de prosa que deja sin problemas en evidencia a tanto autoinflado escritor de cabecera y letrista de verbo prefabricado.
Topo fueron, son y serán. Su mensaje sigue siendo el mismo, porque como afirmé más arriba, sigue siendo necesario. Orgullosos de su historia y pasado – escucha el comienzo de » Ulises y Robinson (en la isla de plástico)» y conscientes de su presente. Ante discos de Topo como este – y si nos referimos a cualquier otro que contenga canciones de esas que deberían de mostrarse en las escuelas, porque igual enseñaría a nuestros hijos a comprender la vida de otra manera, y no solo hablo de gusto musical – sobran las palabras ajenas, incluso de los que como yo, se rinden ante ellos sin importarme lo más mínimo cualquier reproche de haber perdido la objetividad en la papelera más cercana. Para discos como «Duros y dulces años», el mejor consejo que puedes dar, y recibir, es el de dejarlo todo un momento, exactamente lo que dura el disco, y hacerlo sonar las veces que haga falta.
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