Parecía que ese «revival» ochentero que es «Cobra Kai» empezaba a dar síntomas de agotamiento con su tercera temporada donde el ritmo narrativo empezaba a «flaquear», perdiendo cierto peso los personajes adultos en favor de los adolescentes (imaginamos que para potenciar a ese tipo de público). El problema en estos ejercicios de nostalgia es que el espectador tipo estará más cerca, por edad, de Daniel La Russo o Johnny Lawrence que de sus hijos, y así no era de extrañar que uno de los mejores momentos era la aparición estelar de Elizabeth Shue y la apuesta final entre los roles de Ralph Macchio y William Zabka contra Martin Kove, sobre el manteniemiento de los «dojos» tras el próximo campeonato de All Valley.
Y en esta cuarta entrega, los responsables de la serie han sido inteligentes pues han mejorado las dos precedentes temporadas quedando casi a la par con la primera. Sus puntos a favor han sido volver a conceder más protagonismo a las cuitas de los mayores, sin restar tensión en los jóvenes que se convierten en proyecciones de las enseñanzas de sus maestros, objetos modelables que van forjando sus caracteres según los modelos vitales que van aprendiendo. Eso conecta a la perfección con el primer «Karate Kid» de Avildsen, cosa no casual pues otro de los grandes aciertos es la aparición de Terry Silver, el temible villano de «Karate Kid III», comenzando una entente con el «sensei» Kreese en «Cobra Kai». Un movimiento de guion arriesgado que, en cambio, consigue elevar el tono (sobre todo en su parte final). Un cuarto capítulo de diez episodios que claramente se divide en dos mitades: una primera donde se intentar complementar los diferentes estilos de «Miyagi Do» y el del divertido «Colmillo de Águila» (la defensa y el ataque) frente al rival común. Una imposible alianza para derrotar a un «Cobra Kai» cada vez más fuerte. En la segunda se ofrecen los preparativos para la anunciada competición.
Los actores siguen siendo los mismos que en las anteriores, con la incorporación de Thomas Ian Griffith como Terry Silver, además de otorgar más peso en la historia al hijo de La Russo como acosador de un pobre chico novato que harto de las humillaciones buscará refugio y como forma de perder su cobardía entrando en el lado oscuro del karate, al conocer a Robbie por ser hermano de uno de los compañeros de reformatorio del hijo de Johnny Lawrence. Además la serie sigue sin perder un ápice de todos los alivios cómicos que consiguen que el ritmo no decaiga aunque echemos de menos la estupenda colección de canciones y camisetas de los ochenta y las bromas musicales entre el rock y el pop.
En definitiva este cuarto «Cobra Kai» mejora como entretenimiento ligero y unión de generaciones pues progenitores y retoños pueden ver el mismo programa de televisión pues una de las cosas que advierten del inexorable paso del tiempo es cuando uno, a pesar de sentirse todavía joven, debe reconocer que no entiende ni las formas, ni la música, ni la mentalidad y modos de pensar de la juventud. Más o menos igual que lo que le sucede al personaje de Johnny Lawrence.
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