Decía Vincent Van Gogh: Quiero tocar a la gente con mi arte. Quiero que ellos digan «él siente profundamente, él siente con ternura». No quiero ni mucho menos compararme con el genio holandés, pero me conformaría bien a gusto con que la gente piense de mí, sea la semana que viene o dentro de cien años: «ese tipo escribía con honradez». Lo que escribo, mis reseñas, no son perfectas, y en muy raras ocasiones puedo darles un contexto histórico, evolutivo del sonido de la banda. Digamos que mis reseñas son una instantánea dentro de la obra de una banda. No son perfectas, pero intentaré hacerlas con honradez. Un, dos, tres… ¡One!

 

 

I really need you. Un punteito de guitarra que parece crear un bucle agudo. Los timbales se unen y lo refuerzan, y, de repente, vamos lanzados, con la voz en ese Ahá que suena a mantra. Cuando cesan la guitarra y queda el bajo retumbando por debajo, me estoy acrodando de Higher ground, de Red hot chilli peppers. Vale, que igual le pongo un poco de imaginación, pero es que Flea será uno de los mejores bajistas del mundo. En cada canción se echa la banda a las espaldas. Es lo que digo, instrumentalmente este tema es una especie de ciclo, tanto en batería como en bajo, y también la guitarra, que entra metiendo fuerza, pero reforzando ese concepto de bucle.

One, two and three men. Es un espejismo, pero empieza como el Whiskey in the jar en la versión de MetallicA más que en la original de Thin Lizzy. En la sala de máquinas, mucha presencia del bajo, casi más presente que las guitarras. Con el tono de Nina Agudo, que es grave (atención: chistaco), casi blues, y la metralla vibratoria que llevan las cuatro cuerdas, es una mezcla entre las disueltas Suevicha y el Bad Seed, de MetallicA, cerca de los estribillos, las guitarras suenan un poco a Losing my religion, de R.E.M., que estalla en un punteo a lo Lynyrd Skynyrd. Leído a simple vista suena a amalgama, pero si estás escuchando mientras pasas la mirada por mis líneas, atrévete a decirme que es mentira.

Dancing in the moonlight. Es una versión club de jazz de Dancing in the moonlight, de Toploader. Una batería casi encajonada, mitigada, como la de Dave Grohl en el Unplugged de Nirvana, un bajo como eje central, y esas arrancadas de Nina en los estribillos, donde el Dancing suena casi gutural. Con las guitarras en un segundo plano, la voz parece llevarse más del 50% del espectro sonoro, pero cumple y más que de sobra. A ver, tampoco soy justo. Me encantan las voces femeninas poderosas: Ella Fitzgerald, Aretha Franklin, Susie Vicha, Amy Winehouse… ya me tienes ganado. ¿Han llamado a Santana para ese solo? Ojito también al crescendo final, con más teclado que otra cosa, como The Animals en House of the rising sun o The Doors en Light my fire.

 

 

Dangerous sorrow. Los Blacktown Band más experimentales. He empezado pensando en Deftones, cuando han entrado las guitarras, me he ido a Staind, y al empezar las estrofas, tengo U2 en Where the streets have no name. Es como una reinterpretación del grunge, una reconversión a música de club, como si el Pennyroyal Tea, de los Nirvana, lo hubieran versionado los Texas, por ejemplo. Espíritu grunge en una atmósfera íntima. Curioso que alrededor de la batería de Emiliano, todo charles, hay palmadas. Vale que no es lo más complejo de la historia de la música, pero sí que es divertido. Los dos últimos minutos, como si se hubieran hartado del tempo hasta ahora, entran las guitarras a saco, Nina sube decibelios, tararea con la fuerza de un huracán y llega el punteo. No es la primera vez que pasa: empezamos en un club pequeño y terminamos voceando en Maracaná.

The box. Vamos a por la vieja escuela. Esto suena a ZZ Top, al Hocus Pocus de Focus… con esos teclados/ órgano Hammond —no entiendo de música, sólo sé lo que soy capaz de silbar—. Es muy curiosa la mezcla de bajo-guitarra. Poca distorsión, mucha presencia del bajo, pero sin embargo no estoy diciendo que no tengan contundencia. Además, una voz así —vale, no lo digo más—, necesita espacio. No podrías poner a Max Cavalera debajo de Nina sin que se pisen o sin que quede un batiburrillo sonoro. Buah, momento psicodelia total, con los teclados, en plan instrumental. Si cierras los ojos empiezas a ver formas como La persistencia de la memoria, de Dalí, en colores chillones. Es un azucarillo con LSD sonoro.

 

 

Living in my room. Vale, salvando las distancias, estilísticas, de época, y todo lo que quieras, pero es la Bohemian Rhapsody del disco. Un piano que lleva la parte instrumental, la voz, que pasa de dama del blues a arranques rockeros con mala leche, y entran las cuerdas. Junto a guitarra y bajo, que también, entran violines, o violas… lo que sea, pero añade épica. Cuando digo épica digo a MetallicA con la sinfónica de San Francisco del difunto Michael Kamen tocando Ecstasy of gold. Te dan ganas de ponerte un poncho y pirarte a Almería a pegar tiros en el saloon. Si sólo pudiera destacar una virtud de esta banda, es que saben intercalar perfectamente intimidad y potencia, club pequeño y estadio hasta la bandera. Son buenísimas las cuerdas con la guitarra… Si hubiera estado en la grabación, este tema duraría cuarenta minutos sólo con el riff de guitarra y los violines.

Spend the night togheter. Empieza como el Bad Reputation de Joan Jett, luego parece que Jerry Lee va a reventar un piano y acaban lanzando un rock de la vieja escuela, a lo Meat Loaf en Paradise By The Dashboard Light. Esto no es cuestión de explicarlo, se siente o no se siente. Otro ejemplo: Rocky Horror Picture Show-Hot Patootie-Bless my soul. Con una Susan Sarandon jovenzuela, convertida en una colegiala mojigata, y pasando un rato muy divertido.

I want to find out. Parecido más que razonable con De vuelta de ná, de los extremeños Sínkope. Tan parecido que puedes quitar la pista de la voz y poner a Vito a recitar estrofas sin notarlo. Es curioso cómo una banda enfocada en rock setentero anglosajón se puede parecer a una banda, también talludita, de rock urbano en su último y más reciente disco. Nina busca su límite en sonidos agudos, y sigo teniendo en mente a los Nirvana en la sala de máquinas, en la combinación batería-bajo, creando una base por la que deslizar el resto de la canción.

Hey you. Version de Pink Floyd, eso es lo fácil, así que no voy a hacer comparaciones con el original por motivos obvios. Estoy pensando en el The call of Kthulu, de MetallicA, pero con una voz más… solemne. Suena a jazz, a blues, a rock de raíces, en la parte vocal. En lo instrumental suena a inspiración setentera y ochentera, a esa especie de rock épico, tipo el antes mencionado Meat Loaf. Ojito al guiño al Another Brick In The Wall en el primer punteo. Da igual que no sepas quiénes son Pink Floyd, en cuanto oigas we don’t need no education te vas a poner a cabecear.

 

 

En resumen, un viaje casi cósmico por el espectro sonoro rockanrolero de los últimos cincuenta años. Mucho bajo y no tanta distorsión en sala de máquinas, mucha épica y una voz acojonante por encima. De esos discos que te llevan a explorar, a investigar.

Para los nostálgicos del rock de la vieja escuela, enlaces de la banda.

Página web: https://www.blacktownband.com/

Facebook: https://www.facebook.com/BlacktownBand

Instagram: https://www.instagram.com/blacktownband/

Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCPiGIrziQrJHwcHx_EuCRhQ

Bandcamp: https://blacktownband.bandcamp.com/releases

 

Blacktown Band – I (One) (The Fish Factory)

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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