Henning Mankell es el autor que revolucionó la novela negra nórdica, que se ha popularizado con los años con múltiples autores, con la creación de su inspector Kurt Wallander a principios de los noventa, aunque su estreno en España fue con “La quinta mujer” (sexta entrega de la serie). Su primera “Asesinos sin rostro” era todo un canto al final de una época de bonanza, en una Suecia socialdemócrata donde apenas pasa nada, con una policía de provincias no acostumbrada a homicidios violentos y superada por el asesinato de un matrimonio de ancianos en una granja, de una virulencia tal que parece no tener sentido. Una violencia salvaje que llega importada desde los Balcanes por la primera ola de inmigrantes.
Desde entonces, Wallander protagonizó diez libros, más un par más donde no era protagonista, donde pudimos observar su madurez y enamorarnos de un paisaje que se convertía en otro personaje de importancia, sintiendo el frío de Escania y paseando junto a él por las calles y alrededores de Ystad. En uno de ellos, “La pirámide” se narraban algunas aventuras primigenias antes de ser el reputado policía que conocimos tiempo después. Y al estrenarse “El joven Wallander” pensamos que por ahí irían “los tiros”. Pero no, ni se basa en la base literaria ni es una precuela al uso, pues en sus seis episodios se nos narra un violento caso sucedido en la actualidad, con un Wallander que vive en Malmö y no en Ystad y con pocos elementos para los que han disfrutado con el trabajo de Mankell. De hecho, los únicos motivos que hacen que no sea una intriga sueca más, son la presencia de Mona, ex mujer en el original y aquí al principio de la relación y los cuadros del padre, siempre pintando el mismo paisaje, con o sin urogallo. Echamos de menos, sobre todo a Rydberg, el mentor de Kurt que muere de cáncer al inicio de “Los perros de Riga” y que siempre le sirve de guía para resolver los casos. Según avanza la serie esperamos su aparición o que algún compañero haga esa función pero hay pocos nexos de unión tanto temporales como en el espacio físico.
Aquí tenemos a un joven policía que aspira a llegar a homicidios, vive en un barrio humilde, con fuerte delincuencia y numerosa inmigración, donde a un futbolista juvenil ejecutan al atarle a una pista deportiva, con la bandera nacional pintada en el rostro y una granada en la boca. A partir de ahí, el impulsivo agente empieza una serie de pesquisas que le llevan a descubrir las conexiones entre la mafia de la antigua Yugoslavia y una notable familia sueca. El problema es que no ofrece nada nuevo, y más que las situaciones y escenarios de Wallander la serie puede recordar a la primera de la serie de Stieg Larsson “Los hombres que no amaban a las mujeres” o productos similares. El ambientarlo en los barrios marginales tampoco ayuda, pues rompe con el espíritu del Kurt Wallander en negro sobre blanco, ya que al ser una ambientación diferente en tiempo y espacio cuesta entrar en una historia que debería ser reconocible a todos los que hemos leído sus libros.
Lo que sí se puede observar como espectador neutral es la evolución del país escandinavo en los últimos treinta años. Por circunstancias vitales viajamos a Suecia en numerosas ocasiones desde los noventa hasta hace unos diez años y siempre nos pareció un país seguro, con esa eficiencia socialdemócrata. El ejemplo del estado del bienestar, con todas las calles limpias y los precios prohibitivos, sobre todo cuando no había llegado todavía el euro. En una ocasión, ya entrado este siglo, fuimos a ver un partido de fútbol en Estocolmo, entre uno de los equipos de la ciudad, el Djugarden, contra un recién ascendido, el Assyriska, con hinchada de la comunidad siria del pueblo donde estaba la fábrica de Scania y que a pesar de ser más bulliciosos que el público local, quedaban lejos de esos focos de delitos que hemos podido ver en la serie o en a interesante película “The square”. Todo en aras de la globalización.
“El joven Wallander” es fiel reflejo de su tiempo, no aporta nada nuevo ni diferente y del inspector creado por la pluma de Henning Mankell poco queda, salvo sus correcto modales socialdemócrata y su impulsividad por querer descubrir la verdad. Actores y puesta en escena digna pero insuficiente y peor que los otros seriales basados en las novelas, uno producido por la televisión sueca y el otro por la BBC, con Kenneth Branagh de protagonista.
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