Probablemente, si no se entiende bien la definición de merodeo,
se caiga en el error de no apreciarlo como algo positivo, incluso más que eso,
como algo vivo; sino como una vulgaridad más hacia la mujer
en este sucio mundo en el que nos movemos.
La palabra merodeo tiene una nueva acepción lingüística. Merodear,
literariamente hablando, es el acto de mirar sin mirar un objeto o una persona,
para aproximarse todo lo posible a su esencia, a su estar siendo y a los porqués de sus porqués.
Normalmente los objetos y las personas cuentan sin nombrar sus virtudes,
y de ahí, el buen merodeador saca sus mínimas y siempre escasas conclusiones
a partir de datos en un principio, imprecisos. Pero, ¿con qué mira la mirada?
Siguiendo la técnica del merodeo, se podría decir, que es la capacidad de percibir a partir de los datos del propio ser, a otra persona u objeto, tanto a la luz como en penumbra. La habilidad de ver esos invisibles esfuerzos por perdurar en el tiempo y seguir viviendo, existiendo, expresándose desde la inmovilidad o la acción. Desde el habla, o desde el silencio.
En suma. Es la reacción posiblemente química entre dos entes que coinciden en sus órbitas en determinado espacio, tiempo y lugar con el corazón.
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