Hace no demasiados meses, justo en el inicio del confinamiento, escribíamos sobre la primera temporada de «Black monday», un entretenimiento ligero sobre los creadores de la mayor caída de la bolsa desde 1929. Fue en 1987, donde se nos presentaba a unos ficticios y amorales “outsiders” entre los “brokers” neoyorkinos que consiguieron hundir el parqué de Wall Street. Unos sujetos excesivos, amantes de las drogas, los coches de lujo y, sobre todo, el dinero. Todo al más puro estilo de “El lobo de Wall Street”.
Una primera parte, presentada como un “flash back”, que nos anunciaba una tragedia aunque no sabíamos quién era el que caía desde lo alto de un edificio, cosa que se resolvía en el último episodio. Esta segunda temporada parte desde ahí, con dos grupos disgregados: por un lado tenemos a Mo y Keith malviviendo en la soleada Florida y, por otro, a Dawn y Blair asociados en la “Gran Manzana” intentando un reconocimiento a su valía y formando una nueva empresa que siga con sus ilícitas acciones. Como es de esperar, todos acabaran juntándose de nuevo, comenzando una serie de venganzas, traiciones y vínculos, narrados con su supuesto humor irreverente que parece no dejar títere con cabeza.
Con su estilo desenfadado la crítica es destructiva con las grandes corporaciones que encarnan los Lehmann Brothers pero también con la superficialidad de los “tiburones” económicos, la política, el matrimonio o la religión. Y así no es de extrañar que los más beatos sean adictos al sexo, sobre todo homosexual, cuya única motivación es el poder y el dinero aunque los degenerados protagonistas sean adictos a la cocaína y, por supuesto, al verde del dólar. La diferencia es que el espectador empatiza más con estos últimos. Eso es lo que han pretendido sus responsables Jordan Cahan y David Caspe, junto a Evan Goldberg y Seth Rogen que han decidido en esta continuación alejarse del tono Scorsese o Adam Mc Kay y acercarse al tono del propio Rogen en productos como “The interview”, lo cual es una lástima porque acaba resultando demasiado “chusco y cuartelero” el humor y algunas situaciones causan vergüenza ajena. Otras están mal desarrolladas, como toda la parte del pasado de Mo en “Panteras Negras”, que empieza resultando interesante pero se pierde según se desarrolla para acabar siendo ridícula, como sucede con buena parte de lo referido a los Lehmann.
La ambientación sigue siendo buena y su reparto funciona, con interpretaciones tan histriónicas como convenientes. El problema es que la serie parece empezar a dar signos claros de agotamiento, lo cual es grave en sólo dos temporadas, cosa que parece complicado que pueda remontar, a pesar de Don Cheadle, Andrew Rannels, Paul Scheer, Regina Hall y Casey Wilson, todos dotados para la comedia, aunque a su favor juegan con la baza de, como en su primera parte, ser tan solo diez episodios de menos de media hora de duración.
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