Toda belleza duerme, y he aquí donde yace Valeria, con su Destino. Está a punto de abrir los ojos después de la muerte y la realidad que vivirá, quizá sea esa que late en el fondo de un beso dormido, donde las mariposas
no se atreven a volar por no mover el aire tan quieto como el amor, que diría el poeta con asombrosa exactitud.
Esa posición vertical del cadáver nos indica un resquicio de vida vital que ella es capaz de mantener a pesar de esa oscuridad que le abraza el cuello y le sujeta las manos para apoderarse de su alma de india apache.
Es posible que nuestra caperucita no llegase a casa de la abuelita, pero Valeria sabe que no hacer nada no es lo mismo que estar quieta. Y comprende que la única forma de resistirse sin resistirse es estar en calma, aprendiendo de ese abrazo, acechando, silenciosa en la espera, insomne.
Su palidez nos indica ese estado de la sangre que no fluye. Por lo que sospechamos que quizá ya no necesite de ese líquido tibio para vivir, aunque sí para alimentarse y vestir el rojo en su máximo esplendor.
Quizá Valeria vuelva a la vida para seguir como si nada, como si tal cosa, o para defendernos; pues al haber cruzado erguida por el misterio de la noche, sabe que su naturaleza es siempre bravía y límpida y libre.
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