El poeta de hoy, Wallace Stevens es uno de los más abstractos a la hora de confeccionar sus poemas. La dificultad en la traducción reside en el significado de los mismos, que suelen ser de ideas bastante complejas. Este poema se refiere a una reflexión de la edad madura en la que se intuye algo más que la realidad tangible. Un plan, (¿de Dios?) que nos envuelve a todos. Un pequeño haz en la conciencia que arroja una mínima luz al misterio de la vida. Aunque Stevens termina con un conformismo colectivo. Una renuncia por la inabarcabilidad de ese misterio, en la que descansamos.
final soliloquy
of the interior paramour
Light the first light of evening, as in a room
In which we rest and, for small reason, think
The world imagined is the ultimate good.
This is, therefore, the intensest rendezvous.
It is in that thought that we collect ourselves,
Out of all the indifferences, into one thing:
Within a single thing, a single shawl
Wrapped tightly round us, since we are poor, a warmth,
A light, a power, the miraculous influence.
Here, now, we forget each other and ourselves.
We feel the obscurity of an order, a whole,
A knowledge, that which arranged the rendezvous.
Within its vital boundary, in the mind.
We say God and the imagination are one…
How high that highest candle lights the dark.
Out of this same light, out of the central mind,
We make a dwelling in the evening air,
In which being there together is enough.
Soliloquio final
del amante interior
Se enciende la primera luz del atardecer, como en una habitación
en la que descansamos y, por una pequeña lógica, suponemos
que el mundo imaginado es el bien último.
Esta es, por lo tanto, la cita más intensa.
Es con este pensamiento que recapacitamos,
fuera de todas las indiferencias, sobre una sola cosa:
dentro de una cosa aislada, un solo chal
envolviéndonos estrechamente, pues somos pobres, una tibieza,
una luz, un poder, la milagrosa influencia.
Aquí, ahora, olvidamos mutuamente.
Sentimos la oscuridad de un orden, un todo,
un saber, aquello que organizó el encuentro.
Dentro del marco de su límite vital, en la conciencia.
Decimos, Dios y la imaginación son uno…
cuán elevada esa altísima velita que ilumina lo oscuro.
Fuera de esta misma luz, de esa opinión esencial,
hacemos una morada en el aire de la tarde
en la que estar ahí juntos es suficiente.
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