Vamos con el poema LVI de Las Flores del Mal, la obra de Charles Baudelaire, que se titula Canto de otoño. Un poema dividido en dos partes, en el que la primera muestra la imagen de la ciudad entrado el otoño — lográndose una personificación de los árboles al caer sus ramas— y la segunda, un ruego a su bella dama para que le acoja a pesar de sus pesares.
LAS FLORES DEL MAL – CHARLES BAUDELAIRE
CHANT D’AUTOMNE
I
Bientôt nous plongerons dans les froides ténèbres ;
Adieu, vive clarté de nos étés trop courts !
J’entends déjà tomber avec des chocs funèbres
Le bois retentissant sur le pavé des cours.
Tout l’hiver va rentrer dans mon être : colère,
Haine, frissons, horreur, labeur dur et forcé,
Et, comme le soleil dans son enfer polaire,
Mon cœur ne sera plus qu’un bloc rouge et glacé.
J’écoute en frémissant chaque bûche qui tombe ;
L’échafaud qu’on bâtit n’a pas d’écho plus sourd.
Mon esprit est pareil à la tour qui succombe
Sous les coups du bélier infatigable et lourd.
Il me semble, bercé par ce choc monotone,
Qu’on cloue en grande hâte un cercueil quelque part.
Pour qui ? — C’était hier l’été ; voici l’automne !
Ce bruit mystérieux sonne comme un départ.
II
J’aime de vos longs yeux la lumière verdâtre,
Douce beauté, mais tout aujourd’hui m’est amer,
Et rien, ni votre amour, ni le boudoir, ni l’âtre,
Ne me vaut le soleil rayonnant sur la mer.
Et pourtant aimez-moi, tendre cœur ! soyez mère,
Même pour un ingrat, même pour un méchant ;
Amante ou sœur, soyez la douceur éphémère
D’un glorieux automne ou d’un soleil couchant.
Courte tâche ! La tombe attend ; elle est avide !
Ah ! laissez-moi, mon front posé sur vos genoux,
Goûter, en regrettant l’été blanc et torride,
De l’arrière-saison le rayon jaune et doux !
CANTO DE OTOÑO
I
Pronto nos sumergiremos en la fría oscuridad;
adiós, ¡destello inmenso de nuestro verano escaso!
Ya oigo caer con esos impactos fúnebres
la madera resonante sobre el empedrado de las avenidas.
El invierno entero regresará a mi ser: ira,
odio, escalofríos, horror, trabajo duro y forzoso,
y, como el sol en su infierno polar,
mi corazón no será más que un bloque rojo y helado.
Escucho estremeciéndose cada tronco que cae;
el cadalso que construimos no tiene un eco más sordo.
Mi espíritu se parece a la torre que sucumbe
por los golpes de un ariete infatigable y excesivo.
Me parece, sacudido por ese choque monótono,
que un ataúd se clava con mucha prisa en algún lugar
¿Para quién? — Era ayer verano; ¡he aquí el otoño!
Ese ruido misterioso suena como una despedida.
II
Me gusta de tus alargados ojos la luz verdosa;
dulce hermosura, aunque todo hoy me sabe amargo,
y nada, ni tu amor, ni el saloncito, ni la chimenea,
me suple al sol resplandeciente sobre el mar.
Y sin embargo ¡quiéreme, tierno corazón! sé madre,
incluso para un ingrato, incluso para un malvado;
amante o hermana, sé la dulzura efímera
de un glorioso otoño o de un atardecer.
¡Corta tarea! la tumba espera; ¡es codiciosa!
¡Ah! déjame apoyar mi frente en tu regazo,
saborear, lamentando el verano blanco y tórrido,
del veranillo su tenue rayo dorado.
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