Cuando se estrenó «Frozen» en el 2013 quedó claro que se iba a convertir en una película creada para trascender, lo mismo que sucedió con otros éxitos de Disney como «Toy story», del que el paralelismo viene por John Lasseter, fundador de Pixar, director de las andanzas de los juguetes animados y productor ejecutivo en las de las princesas Elsa y Anna. Contenía todo lo bueno de la animación, con un guion estupendo con múltiples aventuras, acción y una gran carga educativa para la infancia como asimilar la muerte de seres queridos, el mal trato al diferente o, ¡atencion!, no enamorarse y «perder la cabeza» por la primera persona apuesta que nos ofrezca amor. Además plagado de canciones que han dejado una marca indeleble en estos años.
Esta segunda parte contiene un difícil ejercicio para mantener esos estándares de calidad, manteniendo el equipo técnico de su primera entrega pero sin la presencia de Lasseter. Tal vez por ello hay un abismo entre las dos propuestas, comenzando por el «libreto» de Jennifer Lee, lejos del original y donde a pesar de que comienza de forma admirable, con tono de cuento, en un interesante «flash back» con los progenitores, una vez que el conflicto es expuesto con hechos del pasado pasamos a una acción mecánica y una resolución que va perdiendo interés según avanza la trama. Tampoco ayuda la dirección de la propia Lee junto a Chris Buck que a pesar de la innegable calidad en la factura y el realismo de las imágenes generadas por ordenador, acaba convertida en un despliegue de estímulos visuales , con multitud de luces y colores estridentes, infantilizando a tales niveles que hasta el fuego pierde el rojo para convertirse en una especie de fucsia, imaginamos que para que la gama cromática se adecúe a algo más frío y tranquilo que al magenta que dicen que fomenta los nervios, aunque todos los golpes con estrellas luminosas, «rayitos» y movimientos de objetos a gran velocidad son una forma de convertir un mundo ideal, lejos del aburrimiento de la realidad. Así se puede convencer desde la más tierna infancia a toda una generación en someterse a la dictadura de teléfonos móviles, tabletas, imágenes televisivas y todo tipo de «ruiditos y lucecitas». Algo que nos entretenga y no nos haga reflexionar, que para velar por nosotros ya tenemos a «los que deciden». Como se puede ver, en las antípodas del discurso político del primer «Frozen».
Lo que sí es de agradecer es la estructura musical en todos los actos, ya que la historia avanza merced a las canciones. Están son parte del desarrollo y no colocadas como alivio ligero a los personajes. Además dos son sensacionales, el número principal «Into the unknown» ( en español «Mucho más allá») y el del muñeco de nieve Olaf «When i am older» («Cuando madure») con sabor añejo a los años cincuenta. En la banda sonora se mantiene el canadiense Christophe Beck cada vez más al alza, aunque las canciones, que al fin y al cabo son la piedra angular del «score», sean de la especialista de Disney Kristen Anderson- López, doble ganadora del Oscar con «Let it go» de «Frozen» y «Remember me» de la fantástica «Coco».
Un producto bien elaborado, irreprochable desde el punto técnico y con virtudes en cuanto a la calidad de los números musicales pero que se pierde en la vorágine de los argumentos políticamente correctos y en un conservadurismo que la primera entrega carecía. Volvemos a John Lasseter, ya que mientras «Toy story» no ha perdido frescura en sus cuatro partes, aquí sí notamos un declive en lo que cuenta, no en cómo lo cuenta. En eso, todo el mundo pasará un rato agradable, tanto adultos como retoños. Eso parece ser lo que marca el «establishment» hollywoodiense. Y más Disney, una compañía de marcado carácter conservador.
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