¿A que sabe la vida?. No, esto no es un jodido anuncio de compresas. Ni pretendo ahora iniciar el camino hacia una discusión filosófica de la que seguramente no sea capaz no ya de volver sino de llegar a la primera parada con un mínimo de consistencia. Es algo más simple. Tiene que ver con lo que cantaban Lynyrd Skynyrd en «Simple man». Más con los pequeños detalles cotidianos que con coronar altas montañas inaccesibles. Disfrutar sorbo a sorbo, calada a calada de cada instante como si fuese el último. Hacerte las preguntas necesarias. No las prescindibles. Volar con cada mano ocupada por aquellos que te importan. Saborear cada beso como si fuese ese último trago de aquel bourbon cuyo sabor a madera se quedó impregnado en tu garganta para siempre. Mirar a los ojos cada mañana de la misma manera que lo haces cada noche. Abrazar las cosas necesarias, las situaciones imprevistas. Hablar por hablar aunque no tengas nada que decir, por el simple placer de compartir, de sentirte bien. Mojar tus dedos en la lluvia, hacer llorar tus ojos con el viento, castigar tu piel a cambio del calor del sol. No seguir los dictados de iluminados de tu presente más inmediato, solo los de tu conciencia. Hacerte las preguntas correctas en cada instante’.
Acaricio mi taza de café mientras esta quema la yema de mis dedos. Es una sensación agradable, como la de la cafeína en mi organismo. Hace tiempo que decidí que la mañana era excesivamente temprana para otras historias. Sentado frente al ordenador veo ese pequeño rincón de la casa donde me gusta sentarme a leer, más ahora que el sol de verano debería haber comenzado a tomarse unas vacaciones. Veo a mis gatas caminar buscando el rincón más caliente donde recargar la energía de sus cuerpos. Me miran y saben que estoy aquí, aunque en lo más profundo de su instinto les de realmente igual. Pulso el play. Tyla está de nuevo recitando canciones. 30 años han pasado ya desde aquel «A graveyard of empty bottles». Joder, y aquí seguimos al pie del cañón, con las heridas más curtidas, las cicatrices más visibles pero jamás más viejos. Eso es cosa de otros. De los que no vendieron su alma al rock and roll. Tyla celebra estos 30 años de uno de los discos más celebrados de sus perros del amor con una regrabación de las canciones que tanto me han hecho disfrutar. ¿Es necesario querido Tyla?. Da igual. Tyla y los Dogs d’Amour siempre serán necesarios, siempre serán imprescindibles. Hay más rock and roll en un puto lunar de este tipo que en media ciudad de las luces brillantes. Sus canciones me siguen emocionando. No es nada nuevo, pero mi corazón sigue siendo el mismo y se sigue sintiendo en casa cuando Tyla canta «Bullet proof poet». Hoy su tumba de botellas vacías suena más intima, más personal. Tyla también tiene sus heridas más a flor de piel que hace 30 años.
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