El Centro Botín de Santander se ha establecido como un espacio importante en la ciudad cantábrica, frente al mar con su forma de libro abierto y sus mil sitios para tener una extraordinaria vista de la ciudad o la bahía. Un impresionante proyecto del arquitecto italiano Renzo Piano coronado por la espectacular azotea a la que se accede por un ascensor donde suena el tema de Martin Creed «Nº 3211 Yes/ No/ Up/ Down «The singing lift»» (2019). Y esa sensación de innovación se transmite en la parte artística, con las salas de exposiciones con grandes cristaleras que unen el arte y el mar, donde disfrutar de las pinturas de su colección permanente o de las temporales.
Y, precisamente, de una de estas últimas vamos a hablar hoy, ya que la llegada de la dedicada a Calder merecía la visita. Bajo el título de «Calder Stories» la muestra nos narra la evolución e influencia de Alexander Calder, uno de los nombres importantes en la escultura del siglo XX. Una colección de dibujos, esculturas y objetos de todo tipo, bajo el comisariado de Hans Ulbrich Obrist y el diseño de Renzo Piano, que ha conseguido que nos adentremos en esa visión de levedad y suspensión de movimiento del artista estadounidense. Sorprenden sus bocetos, sus encargos y esas escenografías, la gran mayoría rechazadas o no representadas, de óperas y ballets. Calder juega con el espacio y aporta formas hasta entonces no imaginadas y de gran aporte para la arquitectura posterior. Figuras geométricas soportadas por débiles alambres y situadas con estrategia por la diáfana sala y colgando del techo, lo que nos permite contemplar la evolución en primer plano mientras observamos lo que va a llegar a continuación y, de esa manera, entender o suponer que Calder ha sido una de las fuentes de inspiración del propio Renzo Piano, quien hace años ya le dedicó una retrospectiva en Turín.
Entre bocetos, piezas de distintos tamaños y las mencionadas e impactantes esculturas de alambre, llega uno de los momentos más interesantes de la exposición cuando advertimos la presencia de un BMW de carreras (en concreto un 3.0 CSL) pintado. Nos acercamos y vemos que es real suponiendo que los colores se deben a Calder. No erramos pues un marchante de artes francés recovertido en piloto llamado Hervé Poulain, pidió a Calder una obra en su automóvil para competir en las 24 horas de Le Mans, quizás la prueba de resistencia más importante del orbe. Calder accedió, convirtiendo un coche en arte en movimiento como sugería el manifiesto futurista que entonó Marinetti: «Un coche de carreras es más hermoso que la Victoria de Samotracia». La marca alemana repitió el proyecto y desde entonces en sus bólidos han existido obras de Warhol, Lichtenstein o Rauschenberg. Pero todo comenzó con Alexander Calder, un autor no para todos los públicos, de hecho quien deteste la pintura o escultura moderna (signifique lo que signifique el término) acabará «despotricando» sobre lo que está viendo, pero visionario y que ha marcado un legado e influencia en otros autores dentro de las bellas artes. Algo que agradecemos al Centro Botín pues se convierte en un aliciente más a una ciudad tan señorial y bonita como es la capital de Cantabria, con su faro, sus playas del Sardinero, la impresionante Península de la Magdalena, el Palacio de Festivales de Sáenz de Oiza o el Paseo de Pereda como puerta a su centro urbano. Todo merece la pena.
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