A veces miro por la ventana buscando una similitud, un resquicio de igualdad entre mi realidad y mis recuerdos. Recuerdo verde, y cuando me asomo al cristal, lo veo; sin embargo no es el mismo. El verde de mi memoria se acompaña con cornetas, trompetas de fondo que se entremezclan con el roce del caucho en el asfalto y del frenazo imprevisible. El verde actual suena a vagón de metro, a pájaros cantando, a la calma del silencio, al despertar del vecino yonki. No es mejor verde, es distinto y posiblemente por eso sienta que no es mi verde. Me gusta, lo admiro y no termino de creérmelo.
Sucede a ráfagas que busco el bosque de cemento y solo veo madera, bicicletas y casas de ficción. Cambio los loros por el canto de unos pájaros de los cuales ni siquiera conozco el nombre. Hoy estoy más capacitado para encontrar la belleza en mis nuevos amigos y sin embargo extraño los vivos colores de esas plumas que perviven en mi recuerdo. No los pintaría nuevos, aunque no puedo evitar el lamentar que una guacamaya no pueda vivir a 7 grados bajo cero. Porque los quiero ver en pleno vuelo, no en una jaula de cristal.
Camino por las calles y busco que el sonido de la ciudad me invite a ir más rápido; sin embargo, el ritmo de estos caminos carece del tempo que el tecno merengue anónimo le imprime en esas latitudes. Aquí todo es tan limpio, tan soft, tan culto, que aun amándolo, extraño el pequeño Apocalipsis del oeste mío.
Un Paraíso que no volverá. Me asomo por mi ventana buscando esa similitud, ese revivir, y entiendo a la vez que hacerlo así es querer respirar de mis memorias. Comprendo que no hay cuerpo que aguante en sanidad respirando un aire que no existe. Ese vital elemento que se presiente mejor que el actual, es un espejismo que se aclara después de relevar esa nostalgia. Se presenta como una peligrosa fórmula que se activa gracias a una melodía casi olvidada, unas imágenes imposibles y la casi certeza de no poder volver jamás al escenario donde se ejecutan.
Es curioso. Ese elemento gaseoso está actualmente renovado por ese bosque verde que observo desde mi ventana. No es con el que crecí y sin embargo, sin ningún tipo de discriminación, actúa en simbiosis con mi energía. Y de esa forma mi espejismo se diluye, ya el verde es el que es, ya los pájaros que cantan son los que quiero que sean. Y ya la banda sonora de mi ciudad, la pongo yo…
Que nadie se confunda, como dicen los RAMMSTEIN: «This is not a love song».
Gracias por publicarlo.
Master! como siempre presente, un abrazo!