Pu es un piernas, un pavo, un veneno bueno de menta y sombra
que tiene cienes y cienes de hijos, naturales y de artificio.
Un arquero bizco no bate records, pero mantiene al público en vilo.
Pu es uno de esos hombres cuya conducta es una mentira continua:
sólo le importa arreglar lo que se rompe y limpiar los cristales del suelo.
‘Pu, ¿sabe ya tu mujer que tienes otro hijo?’, le pregunto sin reproche.
‘Pues ayer mismo se lo iba a decir cuando la verdad me interrumpió;
antes podía recordarlo todo, hubiera sucedido o no’, me responde Pu,
que, como cualquier persona, está en serio peligro de extinción.
‘Estás tratando en vano de juntar todos los rincones, Pu’, le digo.
Engendrando la cabeza, Pu piensa eléctricamente en bautizar y bautizar.
‘Somos muchos los que estamos presos fuera de la cárcel’, le digo a Pu,
‘y muy pocos los que olvidamos lo aprendido y nos atrevemos a soñar’.
‘Tampoco voy a bautizar a este, tengo que tratar a todos por igual’, me dice.
Asiento. Tiene tantos y tantos hijos. Todos con el nefasto carácter del padre.
Involuntariamente los conozco y reconozco a todos: cuando alguien
me la juega a fondo, bien a fondo, le digo: ‘Tú eres un hijo de Pu’.
Hasta ahora nunca, nunca me he equivocado.
por Narciso de Alfonso
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