«Asher» es una cinta que habla sobre las segundas oportunidades, la dificultad de cambiar de vida a cierta edad y el momento necesario para la jubilación. Lo divertido es que lo hace narrando la historia de un agente del Mossad, convertido en asesino a sueldo. Una fría personalidad que empieza a dar síntomas de flaqueza por los achaques de la edad, lo que complica su perfeccionismo laboral. En una misión conoce a una mujer ajena a su mundo, de la que se enamora, rompiendo el mandamiento autoimpuesto de no mezclar a nadie por su alambicada vida.
Un inverosímil argumento que, sin embargo, se entiende como metáfora y de salir de esa espiral de muertes al comprobar que su vida útil va llegando a su fin. En eso tiene algo de similitud con otra película de este año como es «Polar» de Jonas Akerlund, aunque en el filme de Netflix todo era un cómic lisérgico, con una estructura tan desquiciada que acababa resultando fallida. En «Asher» su desarrollo es más académico y un enorme poso de nostalgia invade su hora y tres cuartos de metraje. A ello contribuye una pléya de nombres, otrora celebridades y hoy condenados al olvido o a papeles alimenticios, comenzando por su director Michael Caton- Jones, que empezó con fuerza con dos largometrajes en su Inglaterra natal con cierto éxito como «Escándalo», sobre el caso Profumo y «Memphis Belle» para llegar a Estados Unidos en los noventa y comenzar una carrera ascendente con «Doc Hollywood», «Vida de este chico» y su consagración con «Rob Roy» (su mejor obra) y la nueva versión de «Chacal», que sin embargo hizo declinar su estrella hasta su estrepitoso fracaso con la segunda parte de «Instinto básico» y su condena al ostracismo. Sus realizaciones siempre han sido académicas, uno de esos artesanos que sin ofrecer un sello de autor, al menos saben donde colocar la cámara y su rutinaria dirección no se convierte en un problema para el guion, como es el caso en este «libreto» de Jay Zatersky. Caton- Jones tiene claro lo que tiene que hacer y además no es extraño que pueda sentirse identificado con esta historia de adultos que han fracasado o no ha conseguido todo lo que se proponían en un Brooklyn que se muestra en pleno cambio, un barrio que parece expulsar a todo aquel que no comience su vida, como podemos ver en el caso del alumno aventajado. Y a eso ayuda la fotografía de Denis Crossan
que parece de finales del siglo pasado, como la partitura de Simon Boswell, que entre su mezcla de orquestación y sintetizadores, crea una banda sonora que en más de un momento recuerda a la de «París, Texas», otro canto a la derrota. Y Boswell es otro que le ha sucedido lo mismo, pues tras su inicios en el «Giallo» con Dario Argento o Lamberto Bava, consiguió cierto prestigio en los noventa y el 2000 para acabar eclipsado por los nuevos compositores.
Y si la parte técnica parece una prolongación de los personajes, lo mismo ocurre con el reparto, unos cuentos nombres cuyos mejores tiempos han pasado, como el protagonista Ron Perlman, que a raíz de su monje deficiente en «El nombre de la rosa» y condicionado por su físico llegó al éxito de la mano de Jean Pierre Jeunet y Guillermo Del Toro, hasta su inolvidable «Hellboy», para convertirse con la edad en un secundario de lujo, destacando su líder de la banda de motoristas en «Hijos de la anarquía». Le acompaña una Famke Jansen, cuya carrera irá asociada a las sagas X- Men y Venganza, aunque ha tenido algunos papeles importantes tanto en series como «Hemlock Grove» como en cine en «Desaparecido en Venice Beach», como ejemplos más destacados. Y entre los secundarios vemos a unos envejecidos Richard Dreyfuss, quien desde hace cerca de veinticinco años no tiene un papel de cierto prestigio, como sucede con Jacqueline Bisset, en un caso con «Profesor Holland» y en el otro con «La ceremonia» de Claude Chabrol. Todo para recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se podría haber contado como un drama existencialista a lo Bergman o en la mejor tradición del cine independiente rodado en Nueva York pero hete aquí que sus responsables han apostado por cine de acción. Fácil de ver y fácil de olvidar.
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