Como hemos expresado en más de una ocasión, la cocina tailandesa es por derecho propio una de las mejores del orbe y sin dudar un instante en Bangkok se encuentran buena parte de los templos gastronómicos donde degustar auténticas joyas de la «buena mesa». Sea en cualquiera de sus puestos callejeros o dejándose embaucar por el auténtico lujo asiático de algunos de sus más destacados hoteles. Uno de ellos es el de The Athenee, un «luxury collection» que además del hospedaje ofrece la posibilidad de degustar maravillosas creaciones en cualquiera de sus cinco restaurantes, bajo la responsabilidad de un chef de reconocido prestigio como es el francés Gael Lardiere, que está logrando un trabajo más que interesante. Quizás la joya de la corona sea The Reflexions, guiado por otro chef como Nicolas isnard, que nos presenta una cocina francesa contemporánea pero con guiños a lo asiático y a lo «thai», con un producto fresco y con portentosas elaboraciones que incomprensiblemente todavía no ha logrado la Estrella Michelín. Algo que parece de justicia, una vez probado sus platos.
Tras la llegada al imponente recinto del distrito de Sukhumvit, observamos un local de corte minimalista, cómodo y con el excelente acompañamiento de un pianista que amenizará la velada. El servicio, atento y esmerado informa de los diferentes platos y preparaciones y hay que sumar una estupenda mantelería y cubertería. En ese punto The Reflexions es impecable. Entre los menús degustación, elegimos el de ocho platos y las raciones son suficientes para no irse con hambre. Carta de aguas donde dominan las italianas y por recomendación preferimos que el vino también fuese transalpino, así que hablamos de Aqua Panna y un blanco «Il Palú», «caldo» de la zona del Veneto, monovarietal de Pinot Grigio, un acompañamiento perfecto sobre todo con la primera parte que comenzaba con los delicados aperitivos; pequeños bocados, trabajados con mimo hasta comenzar con la impresionante ostra David Herve con hinojo y caviar y presentada en un recipiente que simula la concha del molusco. Uno de esos platos sofisticados que a nadie amargan.
A ello seguía un Hamachi, un guiño a Japón, en una presentación muy bonita donde el pescado compartía protagonismo con manzana, rábano picante, jengibre y en una vuelta de tuerca un mínimo de pollo que convertía el plato en un «mar y montaña» exótico. Atónitos por la combinación el siguiente bocado era un homenaje a España con jamón ibérico acompañado de un helado de gazpacho y un toque de yuzu. Rico pero no tanto como la delicada langosta Boston en un perfecto acompañamiento de zanahorias baby salteadas, calabaza y naranja. En ese momento, comprendimos los alambicados procesos que se construyen para integrar peces y mariscos con especias, verduras y frutas con unas presentaciones espectaculares y unos puntos de cocinado siempre «al punto», así que el besugo mantenía esa misma estructura con la espinaca, el esparrago verde, berro blanco, limón y patata. Una explosión de sabor. El cordero con el que se finalizaba los platos fuertes era también delicioso, con una salsa exquisita, oliva negra y achicoria y donde se llegaba a la conclusión que los platos habían ido de menos a más en contundencia.
Los dos postres ganaban nuestra atención, con un primero que consistía en un «chupa chup» de queso con palomitas y garrapiñadas y que era quemado con un soplete antes de ser ingerido. Muy bueno y divertido, dejando paso al cítrico yuzu nipón con almendras y nueces, en una sopa que sirvió de perfecto colofón a un lugar que no es fácil de olvidar visto el grado de sofisticación en las elaboraciones, los lujosos productos utilizados, el perfecto servicio y chefs de un altísimo nivel.
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